Armando Morales
Uno de los temas que se vienen discutiendo en el escenario internacional es la posibilidad de una crisis global de alimentos, tal como sucedió en el 2007-2008, cuando se dio un alza generalizada de precios internacionales, lo que repercutió severamente en la inflación doméstica en el Perú y muchos otros países. Así, los recientes incrementos en el precio del trigo y otros alimentos básicos en los mercados internacionales nuevamente ponen sobre el tapete el tema de la seguridad alimentaria.
Las causas para estos incrementos son claras: una devastadora sequía en Rusia ha afectado las cosechas de trigo de este país; uno de los principales proveedores mundiales. Más aún, el riesgo de plagas en Australia, otro mayor productor triguero, ha alimentado la incertidumbre y nerviosismo en los mercados de cereales. La respuesta de los gobiernos de algunos países, prohibiendo la exportación temporal de trigo y otros alimentos básicos para proteger su abastecimiento interno, tampoco ha contribuido a restablecer la calma, y, así, los precios internacionales se han elevado considerablemente.
Sin embargo, ello no significa que nos encontremos necesariamente ad portas de una nueva crisis alimentaria. Actualmente, las reservas mundiales de alimentos se encuentran en niveles aceptables, y el componente especulativo que fue clave en las alzas del 2007-2008 hoy es comparativamente menor. Así, el actual incremento de precios probablemente sólo es una disrupción temporal, y los mercados internacionales deberían estabilizarse en las próximas semanas.
No obstante, el alza de precios internacionales, aunque episódica, no deja de ser un oportuno recordatorio de lo que países como el Perú tienen en juego en términos de seguridad alimentaria, particularmente si consideramos que entidades como el Banco Mundial estiman que la escasez global de alimentos persistirá, con alzas y bajas, por lo menos hasta el 2015.
La seguridad alimentaria en el Perú es una cuestión crítica por sus implicancias económicas y sociales. En un país donde la cuarta parte de los niños menores de 5 años padecen de desnutrición crónica y un tercio de la población total padece de algún tipo de déficit calórico, pues no ingieren alimentos suficientes para reponer las calorías que pierden, el acceso a los alimentos debería ser una cuestión prioritaria para nuestras políticas de estado, lo que exige ir más allá de extender los programas sociales, estableciendo mecanismos que garanticen que los precios de los alimentos se mantengan en niveles asequibles.
Asimismo, nuestra dependencia de alimentos importados, especialmente del trigo, es otro tema a encarar con medidas que diversifiquen la canasta de consumo de las familias, reduciendo dicha dependencia. Lógicamente, no se trata de alcanzar una ilusoria autarquía alimentaria, pero sí de reducir nuestra vulnerabilidad a los vaivenes y especulaciones de los mercados mundiales, que ya nos han golpeado en el pasado. La clara correlación que existe entre el costo de los alimentos y la pobreza es algo que siempre hay que recordar y que debería guiar nuestras políticas social y agraria, porque la seguridad alimentaria no puede dejarse a la buena de Dios.
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