Bruno Seminario
Crisis Económica y Sorpresa
¿Entienden, realmente, los especialistas en cuestiones internacionales la desconcertante coyuntura internacional o son los acontecimientos tan extraordinarios que desafían incluso a la más fina interpretación convencional? En todo caso no sería la primera vez que la Historia desafía a los economistas al mostrar, espléndida y salvaje, el consumado resultado de su potente energía.
¿Quién, acaso, puede ignorar, el desventurado papel de la sabiduría convencional cuando ocurrió la gran crisis de 1929 y las desdichada interpretación de los acontecimientos que en ese entonces inspiró la sabiduría convencional? Irving Fisher, por ejemplo, perdió la totalidad de su fortuna y con ella también su gran reputación cuando días antes del desplome de la bolsa de Nueva York, expresaba, con gran seguridad, que el precio de las acciones no estaba inflado por el desenfreno de los especuladores, sino que éstos habían alcanzado un nuevo y permanente equilibrio. Para Pigou, el maestro de Keynes, el desempleo en Inglaterra sólo era la consecuencia inevitable de la perversa acción de los sindicatos británicos que impedían un ajuste hacia abajo de los sueldos y salarios. A pesar que los datos indicaban que el desempleo afectaba a casi un tercio de la fuerza laboral insistía con vehemencia en tal opinión. De la misma manera que en ese entonces, los cruciales eventos que hoy vivimos, vuelven a superar los lindes de incluso los más atrevidos espíritus. Y, como es natural, en estas circunstancias prevalece la confusión pues sólo del caos primordial puede surgir una solución definitiva.
Porque el Olvido no diluye aún sus formas más interiores, el desastre económico del 2008, todavía es la fuerza que rige la dinámica de los espacios globales y es probable que sea esta situación la norma del Mundo para el inmediato futuro. En un breve e intrigante trabajo de divulgación sobre la catástrofe, los profesores españoles Gabriel Tortella y Clara Eugenia Nuñez dicen que la cualidad característica del fenómeno es la sorpresa, pero una bastante peculiar, pues no tiene su origen en la llegada de la crisis sino en el hecho de que haya tantos sorprendidos.
Que esta es una afirmación insólita puede resultar evidente para los historiadores de la economía y los especialistas más perspicaces ,pues los desastres económicos y sociales son tan antiguos como la historia humana. Pero si esto es así, ¿cómo explicar el masivo estupor, el desconcierto abrumador? Cuestión fundamental que todavía no tiene una respuesta satisfactoria, quizás porque pocos han hecho algún esfuerzo para comprender plenamente su sentido. No se trata de dilucidar si hubo alguien que pudo vaticinar el advenimiento de la crisis, sino de responder por qué fue desechada la opinión de quienes lo hicieron. Para Paul Krugman, la respuesta se encuentra en la Edad Obscura y en el retroceso intelectual que experimentó el espíritu occidental cuando olvidó lo que ya conocían griegos y romanos. Según Krugman, un desarrollo similar registró la macroecoeconomía debido al predominio intelectual del Neoliberalismo en general y el de la Nueva Economía Clásica en particular.
Aunque la Nueva Economía clásica se confunde con el Monetarismo de Milton Friedman y la escuela de Chicago, quizás, por su fe inquebrantable en la estabilidad del mercado, posee una base metodológica bastante diferente. La Nueva Economía clásica es una creación de Robert Lucas, Thomas Sargent, Edward Prescott, Robert Barro, Neill Walace y Cristopher Sims,En su mayor parte entrenados en la Universidades de Harvard, Carnegie Mellon y Chicago donde prosperaron, en los 1960s, las escuelas de equilibrio general, el uso de la programación dinámica, la computación y las matemáticas como medio de expresión del conocimiento económico. En contraste, Milton Friedman y sus principales colaboradores, favorecen una metodología básicamente empírica, las respuestas parciales, los modelos de dimensiones reducidas que enfatizan los principales canales de causalidad, y, una forma de expresión que usa palabras o un lenguaje matemático bastante elemental. Así, mientras que cualquier persona educada podía entender lo que decía Milton Friedman y descubrir sin dificultad las bases fundamentales de su forma razonar ; para hacer lo mismo con el Nuevo Obscurantismo, es necesario recibir un entrenamiento técnico especial.
Elegancia, obscuridad y sofisticación, que produce un doble efecto: potente atracción en las generaciones jóvenes y respeto reverencial en los aficionados, políticos, burocracia estatal, periodistas, ideólogos, etc., los cuales a lo largo de la historia han demostrado cierta predisposición para aceptar con levedad todo aquello que no pueden entender especialmente si favorece su inmediato interés.
Se dice con demasiada frecuencia que en el paradigma de la Nueva Economía clásica son imposibles las recesiones pero ésta es una afirmación inexacta que con facilidad podría ser rebatida por cualquier economista que simpatice con las proposiciones centrales del nuevo paradigma.
En realidad, todas las figuras centrales de la Nueva Macroeconomía afirman que pueden explicar las fluctuaciones que exhibe la producción y el empleo en una economía capitalista . Es más, sostienen que su explicación es superior a la de Keynes porque ésta es consistente con el postulado de racionalidad , central para la consistencia de la teoría económica. Para probarlo elaboraron, entre los 1970s y 1990s, dos teorías de los ciclos económicos. Así, en un modelo publicado en los 1970s, dice Robert Lucas que una recesión es provocada por la confusión de los trabajadores y empresas, los cuales por carecer de información adecuada y oportuna confunden las señales que transmite el sistema de precios, es decir, las variaciones que se explican por el juego de la oferta y la demanda, en un mercado particular, con aquellas que tienen su origen en el movimiento de la oferta monetaria. En el segundo modelo, creado en los 1980s por Edward Prescott, esta explicación es desechada y sustituida por una alternativa en que las fluctuaciones de la producción tienen su origen en ritmo irregular del progreso técnico.
Si bien esta forma de razonar puede parecer algo peculiar, más extraordinarias resultan las conclusiones que pueden ser extraídas de estos elegantes modelos. Así, un descenso en la producción no justifica una política económica activista pues ésta sólo aumentaría las penas o disminuiría, en general, el bienestar de cualquier sociedad que la ponga en marcha. Como ésta es la proposición más conocida de la nueva economía clásica, quizás por eso mismo, se tiende a confundir con otra que negaría efectos o potencia alguna a la política económica; los simpatizantes de la Nueva Macroeconomía nunca ha dicho que no pueda ella afectar la trayectoria del producto o el empleo de una economía ,empero. Afirman algo más singular: piensan que el desarrollo que exhibe cualquier economía capitalista es siempre el mejor posible, aunque incluya abruptos descensos en el producto o una masiva desocupación.
Es quizás oportuno, si se desea apreciar con mayor claridad la lógica de los defensores de esta posición recordar , la novela Cándido de Voltaire y a uno de sus personajes centrales, un seguidor incondicional de la filosofía de Leibniz y de su teoría del Optimismo, el Dr. Pangloss.
Cándido es en efecto una sátira que intenta criticar la inacción que se deriva lógicamente del optimismo postulado por Leibniz. En efecto, el filósofo alemán postulaba que el mundo en que vivimos es “ el mejor de los mundos posibles”, es decir, una doctrina basada en un “optimismo sistemático” predispuesta a creer que todo lo que ocurre lo hace con un propósito bien definido , sin importar cuán terrible parezca , ni tampoco el daño y destrucción de cualquier evento o fenómeno específico.
Creía, en efecto, Leibniz, al igual que los estoicos de la época helenística, que el universo era regido por el destino, una ley inexorable que no podía ser alterada por la acción humana. Además, ya que Dios tenía el poder de elegir entre infinitas posibilidades, había creado un mundo optimizado. Es necesario aclarar que la idea de Leibniz es más compleja ya que lo que el filósofo quiere indicar es que Dios eligió la mejor de todas las posibilidades entre un conjunto de mundos posibles donde en todos existe el mal.
En Cándido, el Dr. Pangloss está predispuesto a la inacción absoluta. Cuando, por ejemplo, ocurre el terremoto de Lisboa ,que produce la muerte de 30.000 personas, Pangloss, firme en su optimismo, establece que el desastre ocurrió para el mejor de los propósitos ya que es imposible que esto no sea así. Cuando llega a Inglaterra y es testigo de la ejecución de un almirante por no haber ganado una batalla nava; piensa, Pangloss que después de todo es bueno ,de cuando en cuando, ajusticiar almirantes para animar a otros a cumplir con su trabajo.
Caracteriza también a la Nueva Macroeconomía una visión bastante peculiar que desecha cualquier diferencia entre riesgo e incertidumbre, el cambio abrupto y discontinuo y el papel de los eventos catastróficos en la historia humana.
Según esta forma de concebir el mundo, las expectativas de los agentes económicos pueden siempre calcularse, expresarse en forma bien definida y así reducirse a simples condiciones matemáticas que coinciden con valores esperados de las distintas variables económicas.
Este tratamiento de la probabilidad como algo objetivo e independiente de la historia y estado inicial de una economía , desempeña un rol crucial en la teoría financiera de los mercados eficientes, en el tratamiento de la política económica, y, en la dos teorías del ciclo económico que propone la Escuela. En la monetaria porque sin ella las políticas públicas son siempre relevantes; en la teoría real para poder presentar al progreso tecnológico como un proceso predecible y regular.
Frente a este tratamiento del riesgo y la incertidumbre, podemos oponer las opiniones de Frank H. Knight y John Maynard Keynes, quienes pensaban que sólo el riesgo y no la incertidumbre pueden expresarse en forma cuantitativa pero que era la incertidumbre la base de las decisiones económicas. También, podemos comparar el paradigma de Prescott del progreso técnico, con el tratamiento de Schumpeter, basado en el estudio de las innovaciones y revoluciones tecnológicas que no pueden reducirse a simples aumentos de productividad.