Escribe Jürgen Schuldt
No hay político, periodista o economista liberal que no culpe del atraso y subdesarrollo de América Latina durante el periodo de postguerra (entre 1945 y 1980) a la ‘industrialización por sustitución de importaciones” (ISI). En tal sentido le achacan todos nuestros males a las (supuestas) sugerencias de política económica de Raúl Prebisch (1901-1985) y, consecuentemente, al pensamiento cepalino primigenio. Se sigue argumentando que proponían un proceso de industrialización a partir de la adopción de políticas populistas, estatistas y autárquicas, las que impidieron aprovechar las ventajas del comercio internacional, tal como lo hicieran tan exitosamente los Tigres Asiáticos. Esta idea fue muy generalizada y, desafortunadamente, sigue vigente. Lo que se debe, entre otras varias razones, al hecho de que cada vez son menos los que consultan los textos originales de los autores ‘clásicos’. Por lo que generalmente basan sus opiniones en segundas fuentes, en economistas contemporáneos que muy a menudo ofrecen interpretaciones simplistas e ideológicamente sesgadas. Si bien los juicios de valor son inevitables en las ciencias sociales, contra la opinión de su pretendida neutralidad-objetividad según los ortodoxos liberales, ello no da derecho a deformar las ideas de otros por conveniencia política, recurso fácil y muy común en nuestro medio.
Para rebatir la leyenda de que Prebisch fue un intervencionista empedernido y un exagerado defensor de la ISI, citaremos sus trabajos de hace cincuenta años, cuando asume la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), si bien sus trabajos posteriores son mucho más sofisticados. Para comenzar, don Raúl fue muy claro al señalar que “la industrialización de América Latina no es incompatible con el desarrollo eficaz de la producción primaria. (...). Necesitamos una importación considerable de bienes de capital y también necesitamos exportar productos primarios para conseguirla” (1950/1961: 2). Más aún, señalaba explícitamente que no se debe sobreconcentrar los esfuerzos en el desarrollo de la industria manufacturera. De ahí que para él la industrialización y el progreso técnico en la producción primaria fueran aspectos complementarios de un mismo proceso, “en el que la industria juega un rol dinámico, no solo porque induce el progreso técnico en las actividades primarias y en otras, sino también en nuevas actitudes estimuladas por el desarrollo industrial” (ibid.; n.s.).
Prebisch era muy consciente que en ese proyecto tampoco se podía descuidar el desarrollo agrícola, como cuando se refiere a su propio país, Argentina: “Este país ha seguido una política muy errada al tratar de estimular la industrialización en detrimento de la agricultura, en vez de promover un crecimiento balanceado de ambos”; en que, incluso postulaba el “incremento de las exportaciones por medio de la mecanización y otros avances técnicos en la agricultura” (ibid.), asunto de gran actualidad para el Perú. Por eso también reconoció que la protección de la industria debía tener límites cuantitativos y temporales estrictos. Reconociendo los problemas concretos que afrontaban ya entonces ciertos países de la periferia, advertía que “en algunos casos la protección indiscriminada y masiva ha llevado a un punto muy distante del óptimo, en detrimento de las exportaciones y el comercio internacional” (1959: 265). Sabía muy bien que la industrialización de la periferia solo debía llevarse a cabo hasta cierto punto, por lo que insistía en que debía evitarse que “se exagere en tal forma el desarrollo industrial, que la actividad agrícola se vea privada de los brazos que necesita para seguir aumentando las exportaciones” (1950/1961: 18).
Asimismo, era muy claro en el sentido de que la Industrialización, como la concebía entonces Prebisch, no implicaba la sustitución de importaciones de todas las mercancías previamente importadas, como generalmente se conciben sus planteamientos, sino que muy bien podía consistir también en un proceso de promoción de exportaciones industriales, como lo ha vuelto a recordar recientemente su célebre colega Hans W. Singer (1910-2006).
Para llevar a cabo la industrialización en América Latina, Prebisch se oponía a la devaluación del tipo de cambio y a los impuestos a la exportación, privilegiando más bien los aranceles (‘flat’) o la concesión de subsidios en el marco de una “selección de ganadores”. La nueva concepción desarrollista de la CEPAL (véase: ‘Transformación Productiva con Equidad”, 1990) también es muy clara al respecto, cuando distingue entre la ‘competitividad espuria’, que se logra artificial y engañosamente con devaluaciones del tipo de cambio y reducción reales de las remuneraciones, y la ‘competitividad auténtica’, que se alcanza con la innovación, la educación, las cadenas productivas y el progreso técnico.
El gráfico que acompañamos a este texto ilustra los niveles de ‘apertura’ (cociente resultante de la suma de las exportaciones e importaciones entre el Producto Interno Bruto) durante los últimos cincuenta años en el Perú (promedio: 26,6%). De donde se puede colegir que la economía peruana siempre ha estado relativamente abierta, incluso durante los procesos de ISI, cuando –de paso sea dicho- nuestra economía creció a ritmos más elevados y más equitativos que durante las últimas dos décadas de liberalismo exodirigido. Se olvida –ingenua o interesadamente- que la ‘cerrazón económica’ –en la práctica- fue mínima y muy selectiva y se centró básicamente en bienes finales y materias primas industriales sencillas, cuando nuestras economías en realidad eran muy ‘hospitalarias’, tanto para las importaciones de materias primas y equipo, como sobre todo para la inversión extranjera de exportación primaria y de ensamblaje. De manera que el Perú, al igual que el resto de América Latina, en el proceso de ISI jamás llegamos a los extremos de cerrazón característicos de Albania (en su momento) o Corea del Norte, como parecen sugerirlo tan ligeramente los economistas ortodoxos.
Fuente: Gestión, marzo 7, 2007; p. 15.
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