Germán Alarco Tosoni
Investigador CENTRUM Católica
La Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas organizó, el mes de pasado, la VIII Convención internacional de economía. La mayoría o todos los invitados fueron neoliberales o sus variantes cercanas. Destacó por su audacia el Prof. Illarionov de San Petesburgo, quien afirmó, según el diario El Comercio, que “las infectas ideas izquierdistas de distribución del ingreso pueden enfermar cualquier economía (…)”. “Si quieres que tu país prospere, a esas ideas no se les debe permitir existir”. Desafortunadamente son muchas las personas que piensan lo mismo. Sin embargo, olvidan que una estructura desigual de distribución del ingreso afecta negativamente el nivel de actividad económica y el bienestar de toda la población.
La preocupación por la desigualdad no es exclusiva de los economistas. El Papa Benedicto XVI (2009) señaló que la desigualdad es un problema tanto de los países ricos como de los pobres. El aumento sistémico de las desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las poblaciones de los diferentes países, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y pone en peligro la democracia, sino que tiene un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del capital social, es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil.
En la misma dirección, el Prof. Figueroa de la PUCP (2010), señala que existe un grado limitado de tolerancia social a la desigualdad. Cuando el grado de desigualdad supera los umbrales de tolerancia, esta desigualdad será considerada excesiva o injusta y generará desorden social: inestabilidad política, corrupción, violencia y otras formas de riesgo individual y colectivo. Los estudios empíricos han encontrado que países con mayor grado de desigualdad tienden a mostrar más altos grados de violencia y criminalidad, así como mayores grados de inestabilidad política y democracias más débiles.
No sólo se trata de eliminar la pobreza. Hay que reducir la desigualdad, ya que las grandes diferencias en la posesión de activos e ingresos de la población, más dramática en nuestros países, tiene un efecto negativo sobre la calidad de vida por el menor orden social que la acompaña. Asimismo, una mayor desigualdad reduce la propensión a consumir promedio, que implica menos demanda agregada y genera espacios para el surgimiento de crisis por insuficiencia de demanda efectiva. Con mayor desigualdad hay menor estabilidad económica, social y política (En: La Primera, 23/7/2010, p.10).