¿Por qué no existe este concepto en el léxico de los economistas?
Escribe Juergen Schuldt
___________________________________________________________________
(PRIMER BORRADOR MUY PRELIMINAR DE DISCUSIÓN)
“En todas las capitales de miseria, se rebusca. Se rebusca en el suelo y en el subsuelo. La gente se congrega en torno de los cubos de basura, se desliza entre los escombros: ‘Lo que tiran los otros es mío; lo que no les sirve ya, es suficientemente bueno para mi’. En un terreno baldío, cerca de Pekín, se amontan las basuras. Son los desechos de los pobres: han cribado todo, han rebuscado ya entre sus propios detritus; solo han dejado, de mala gana, lo incomible, lo inutilizable, lo innombrable, lo inmundo. Y sin embargo, el rebaño está ahí. A cuatro patas. Todos los días, rebuscando todo el día”.
“El que tenga una nevera que no necesite póngala en la Plaza Bolívar, el que tenga un camión que no necesite, un ventilador, una cocina, despréndanse de algo, no seamos egoístas”.
“Love, justice, and compassion move people, allocate goods, and structure societes”.
Serge-Christophe Kolm (2006: 5).
Introducción
El presente ensayo está dirigido a desarrollar una primera aproximación a un concepto que curiosamente no han incorporado los economistas a su léxico teórico. Se trata de un tema que busca elaborar una contrapartida –en términos del desperdicio de fuerza de trabajo y capital- a la noción de Capacidad Ociosa de Producción (COP), que –a falta de otra acepción- denominaremos Capacidad Ociosa en el Consumo (COC). Esta consiste en la enorme cantidad de dinero que se pierde –a primera vista- por subconsumir o malgastar bienes de consumo en la sociedad en que vivimos.
- De la COP a la COC
Una de las principales preocupaciones de los economistas consiste en establecer las condiciones y políticas para que se empleen eficiente y, sobre todo, plenamente los principales factores de producción -fuerza de trabajo y capital- de que dispone una nación, a fin de alcanzar el máximo bienestar social. En correspondencia con ese principio, a no ser que se crea que los mercados libres se encargarán de lograrlo, los empresarios privilegian las políticas que asegurarían el uso pleno de sus inversiones acumuladas, mientras que los políticos, cuando menos en teoría, sueñan con la adopción de medidas para el logro del pleno empleo de la fuerza laboral. Estas inquietudes son perfectamente válidas en la medida en que el desempleo y el subempleo del stock de capital (K) y/o de la población económicamente activa (PEA) implican la pérdida anual de miles de millones de soles, tanto en efectivo, como psicológica y socialmente.
Esta subutilización del capital y trabajo, tal como se deriva de los análisis de Teoría Microeconómica (véase el Gráfico I, en que el ‘equilibrio’ se alcanza en E’, muy por debajo del óptimo representado por E, que se encuentra sobre la curva de transformación), se puede condensar también macroeconómica o sectorialmente en términos del hecho que el Producto Interno Bruto (PIB) potencial es mayor al PIB efectivo, tal como se estila en los más variados estimados empíricos.
En ostensible contraste con el justificado énfasis que se le otorga al bienestar perdido que significa ese desaprovechamiento de la ‘Capacidad Ociosa en la Producción’ (COP), la Teoría Económica Ortodoxa en general y las Teorías Microeconómica y del Bienestar en particular no se preocupan en absoluto de las consecuencias parecidas a las que puede conducir lo que podríamos bautizar como ‘Capacidad Ociosa en el Consumo’ (COC). Por ésta entenderemos, en una aproximación muy burda, la existencia de bienes privados que no se utilizan plena y/o eficientemente, por lo que –teniendo en cuenta las diferencias del caso- no contribuyen al bienestar social en la medida, el grado y la intensidad que debieran si se usaran racional y exhaustivamente, como se puede observar en el Gráfico II. Lo que, en última instancia, también podría recalcularse como un desperdicio implícito en el uso del capital y el trabajo (Gráfico III). Como tal, la COC viene a ser una especie de ‘dual’ o mellizo de la COP.
La cuestión que nos interesará analizar aquí, en última instancia, es porqué no existe el concepto de COC en teoría económica, a pesar de que el sentido común nos dice que implica grandes pérdidas de dinero, en forma directa (por el ‘subconsumo’ o no utilización plena de los bienes), como indirecta (porque se produjeron con capital y trabajo escasos que vendrían a ser un ‘desperdicio’ en vistas al resultado final del consumo menor al óptimo de las mercancías). De manera que si nos preocupa el desempleo o subempleo de capital y trabajo, ¿por qué no nos habría de preocupar el subuso de los bienes de consumo?
Es decir, en la medida en que la COC tiene costos potenciales similares a los de la COP, debería haberse convertido en un capítulo importante de la ciencia económica. Este ensayo intenta introducir al lector a este tema que, como veremos, es espinoso y gelatinoso, a la vez que presenta desafíos conceptuales y empíricos muy complejos, incluso desde una perspectiva puramente neoclásica.
Evidentemente la representación es estática, tal como figura en el diagrama. En la práctica, sin embargo, incluye dos o más momentos en el tiempo: el momento de la compra y el o los periodos de consumo.
El diagrama adjunto ilustra el problema desde una perspectiva microeconómica. Al momento de comprar el bien o servicio el consumidor se ubica –por lo menos en teoría- en el punto E. Pero, si no consume o no termina de consumir plenamente esa mercancía, en la práctica se ubica en E’. Esta es una afirmación arriesgada, que tiene sus bemoles; pero, por el momento diremos que es válida, si partimos del supuesto que la gente compra para consumir plena o completamente lo que ha adquirido, descontando obviamente el empaque.
Este gráfico –que es complementario al de la Curva de Transformación (Gráfico I)- sirve para ilustrar hipotéticamente la pérdida de esfuerzo productivo –por malbaratear fuerza de trabajo y capital- como consecuencia del subuso de los bienes de consumo. Observando el diagrama, se tiene que se ‘desaprovechó’ L1 a L* de trabajo en la producción de X y L2 a L* en la producción de Y; a la vez que se ‘desperdició’ capital en montos que van de K1 a K* en la producción de X y de K2 a K* en la de Y. En este caso, estamos presentando la situación desde el lado de la producción: que el consumidor no consuma plenamente el bien equivale a una producción menor de ese bien, con lo que se podría calcular la diferencia en términos de subuso de L y K.
Nótese, sin embargo, que nuevamente estamos analizando dos periodos: el que se da al momento de compra –que se encuentra en el óptimo de Pareto E*- y el que se da después de consumido parcialmente el bien adquirido. Lo que se observa es que no solo el bienestar social es menor al esperado (al instante de la compra), sino que también permite calibrar el ‘desperdicio’ de capital y trabajo en la producción de ese bien. Para precisar la presentación es necesario introducir un esquema intertemporal, que incluya –al menos- dos periodos, uno en que se compra y consumo el bien, y el segundo en que se reusa ese bien por parte de otro(s), luego que éste o éstos lo hayan recogido, alquilado o comprado.
- Casos ilustrativos de sentido común
Basten algunos ejemplos muy simples para ilustrar la idea de este masivo ‘desperdicio’ –especialmente en el caso de bienes duraderos- y que podría beneficiar a muchos, directa o indirectamente. Lo que nos interesa especialmente es si pudieran convertirse en bienes ‘públicos’, lo que ciertamente en muchos casos no es posible económica o políticamente y ni siquiera teóricamente, como veremos.
Sirvan los elementales casos prácticos que siguen para palpar lo que significa la noción de la COC, que implica la subutilización o el desperdicio en el consumo de bienes y servicios (de ‘primera mano’) que hemos adquirido en algún momento.
Piense usted, en primer lugar, en la enorme cantidad de libros y revistas que posee en su biblioteca o en el desván. La gran mayoría de esos textos ya los leyó y no lo volverá a hacer, o apenas los hojeó y nunca los va a leer. Lo mismo se aplica, en segundo lugar, a los juguetes que sus hijos o nietos han despachado al olvido (o el desván) en sus primorosamente decorados dormitorios o salas de juego. Si usan un décimo de las muñecas y ositos, cubos y rompecabezas, pelotas y demás, ya sería mucho. Si bien algunos son los preferidos, a los que recurren a menudo, los demás seguramente peligran en boca de las polillas y van adquiriendo colores mustios por el polvo acumulado, al poco tiempo de deslumbrarlos como regalos de cumpleaños, de navidad o de la celebración que fuere.
Tercero: ¿Ha calculado usted la cantidad de ropa y calzado que su señora esposa y sus vástagos, por no hablar de su persona, ya no usan por haber crecido –a lo largo o a lo ancho- o porque se dice que ‘han pasado de moda’?
A ello se agrega, en cuarta instancia, una infinidad de artefactos que atosigan su despensa, sótano o altillo: Radios y TV, discos y tocadiscos; lampas y lámparas; ollas y sartenes; patinetes y bicicletas; repuestos de la más variada índole; focos, latas y similares que jamás se utilizan, aunque no estén cuarteados, descompuestos, oxidados, quiñados o desinflados. Quinto: una cantidad no despreciable de medicamentos y ungüentos que podrían servir para hospitales, sanatorios u hospicios se desperdician, aún antes que caduquen, amontonados en las despensas de los hogares.
Añádale a todo ello, en sexta instancia, todos los alimentos y bebidas, al natural o empaquetadas, que no terminan de consumirse completamente o que se malogran o caducan, todos los que terminan en la basura. Es el caso de las sobras –no necesariamente podridas- de fideos y arroz, huesos y carnes, verduras y frutas, quesos y jamones, aceite y manteca, etc. Son cientos de miles de toneladas métricas de basura (restos de comida y envases) que generan diariamente los restaurantes, hoteles, hospitales, cárceles, fuerzas armadas y similares. Ligado con lo anterior, cuente usted la enorme cantidad de latas y metales, cartones y plásticos, periódicos y revistas, vidrios y botellas, llantas y baterías, etc. que almacenamos en la azotea o vertimos a la basura, diaria, semanal o mensualmente.
Pasando de los bienes a los servicios, también aquí encontramos casos evidentes de desperdicio. Pensemos en el caso del uso exagerado del agua, en que las tuberías o los caños no solo gotean por desperfectos, sino que son reflejo de la actitud de muchas personas que dejan correr el líquido en demasía para lavar ropa, utensilios o su propia persona. Es obvio que una cierta parte se tiene que perder necesariamente. También puede aplicarse al caso de variadas fuentes de energía, especialmente de la electricidad, derivada del hecho que muchas familias tienen prendidos focos, televisores, radios o planchas por periodos en que no los necesitan; por no hablar de las empresas y, sobre todo, de las oficinas públicas, que acostumbran dejar prendidas las luces toda la noche en edificios completos, sea por dejadez, sea para ‘lucir’ sus instalaciones.
Y no se necesita mucha imaginación para ampliar la lista de ejemplos ad infinitum. Se trata, por tanto, de una variedad y una cantidad enormes de bienes de consumo –duraderos o no- que se desperdician real o aparentemente y que bien podrían aprovecharse mejor en una sociedad en que hay tantas necesidades (medio ambiente) y tantos necesitados (pobreza).
- Tratamiento de casos más complicados de bienes duraderos especiales
También hay otras formas de subuso –generalmente en términos de tiempo- que podrían caber dentro de la categoría (o de las diversas variedades) de la COC. Pero aquí los problemas metodológicos se complican. Se trata de bienes duraderos privados que efectivamente no se pueden utilizar todo el tiempo, porque solo sirven a sus dueños en periodos determinados, por horas, semanas o meses.
A ese efecto es pertinente mencionar bienes de consumo duradero de menor cuantía, como refrigeradoras o lavadoras, como planchas y micro-ondas. Pero, también caben en este rubro las casas de playa o de campo, que están cerradas durante ocho o más meses al año. Igualmente, bienes de lujo como caballos de paso y similares podrían añadirse a la lista. De mayor importancia, sin embargo, son los automóviles y motocicletas, botes y yates, aviones y avionetas, así como otros vehículos de uso particular, que obviamente solo se utilizan y sirven por unas pocas horas al día, aunque hay casos en que se aprovechan al máximo en base a ingeniosos mecanismos, como veremos.
Un caso muy importante tiene que ver con los terrenos –sean de uso habitacional, recreativo o agropecuario- que se adquieren para realizar prontas construcciones, pero también –y esos son los que interesan aquí- de los que se adquieren con fines especulativos o para ‘lavar dinero’ y que durante años permanecen eriazos; al margen de las denominadas ‘reservas de exploración’ (mineras, gasíferas o petroleras), que generalmente permanecen ociosas, sea completa, sea parcialmente.. en espera de mejores tiempos; es decir, de mayores precios en el mercado internacional.
Si bien estos son los ejemplos ilustrativos más importantes en términos de valor en desuso, requieren un tratamiento de política distinto al de los bienes comunes sujetos a COC que ilustráramos en la sección anterior y en los que nos concentraremos en lo que sigue.
- ¿Por qué y cómo se generan las diversas modalidades de COC?
Esta es una cuestión muy compleja, porque los motivos que la generan van desde los valores y las normas vigentes en la sociedad, pasando por la creación de necesidades y la interdependencia entre consumidores, hasta llegar a las innovaciones tecnológicas en la fabricación y el mercadeo de bienes de consumo. Lo que quiere decir que no solo se trata de variables subjetivas propias al consumidor (lado de la demanda), sino también de procesos técnicos que derivan de las acciones empresariales (perspectiva desde la oferta). Es importante conocer las causas por las que se genera COC, porque son las que nos darán algunas de las pautas para diseñar –de considerarse necesarias- políticas para reducirla.
Aquí lo que nos interesará son lo motivos por los que se ‘subconsumen’ o ‘desperdician’ ciertos bienes y servicios, lo que nos servirá para determinar si pueden o no ser útiles para otros consumidores. Entre muchos otros factores, baste enumerar los siguientes: Pasaron de moda; se depreciaron o gastaron en exceso; cambiaron los gustos y necesidades de la personas, por ejemplo, cuando el usuario cumplió varios años más o aumentó algunos kilos demás; debido a un descuido, caducó su posibilidad de uso porque se pasó la fecha para consumir el bien; a la hora de consumirlos a uno no le gustan y los desecha, como consecuencia de una mala información, una compra compulsiva o una expectativa incumplida; se malograron y se tiene flojera de arreglarlos (si el costo de transacción es elevado) o el costo de hacerlo es mayor al de comprar uno nuevo o si se considera que ya no tiene sentido usarlo aún reparado; etcétera.
Por supuesto que, en vista de lo avanzado hasta aquí, usted ya habrá tomado conciencia que este es un tema poco agradable de tratar, puesto que implica el reconocimiento que hay sociedades en que una parte –a menudo importante- de la sociedad vive de los restos de una minoría dispendiosa.
- Digresión necesaria: Casos en que, a pesar de tener una elevada COC funcional, rinden principalmente utilidad extrínseca
Aunque los economistas somos muy dados a la cuantificación, como en el caso del muy útil (aunque complejo) cálculo la COP, cuando intentemos estimar la COC nos encontraremos con dificultades teóricas y metodológicas que a mi modo de ver son prácticamente infranqueables, por lo que harán imposible un cálculo siquiera aproximado de su magnitud, que todos sabemos –intuitivamente- que es formidable.
El principal motivo para pensar así se debe al hecho de que, desde una perspectiva estrictamente neoclásica, no todo lo que se compra, aunque no se use, forma parte de la COC, ya que brinda utilidad, por lo que no pueden (o deberían) convertirse en bienes públicos o en bienes para el uso de otras personas o empresas.
Concretamente, se trata de mercancías que se compran, no para consumirlas propiamente (por parte de quien los adquiere), sino que responden a motivaciones de prestigio, poder o similares. El caso más patético, pero muy ilustrativo, es el ejemplo que diéramos de la personas que compran libros para completar su biblioteca para ‘adornarla para las visitas’, lo que de paso le rinde beneficios no pecuniarios a su poseedor. Se trata, paradójicamente, de bienes (libros) que no se usan y que sin embargo no tienen capacidad ociosa, por lo menos en el supuesto de que el que los posee sabe (o cree) que desatará la admiración de sus visitantes ante la vista de una biblioteca tan elegante, completa y vistosa.
Estas reflexiones deben llevarnos a diferenciar entre los valores intrínsecos o funcionales y los que son extrínsecos a los bienes de consumo: los primeros dan ‘utilidad’ directa al propietario como consecuencia de su particular ‘ingesta’ (en ausencia de otros), mientras que los segundos gozan de la utilidad que le otorga al propietario del hecho de otros –que no son propietarios de esos bienes- le den un valor a ese bien. Esa ‘valuación por parte de otros’ es lo que le da utilidad adicional a su propietario. En el ejemplo, la existencia de esa biblioteca portentosa desata admiración (o envidia) en los que la observan, lo que le rinde utilidad a su dueño, por lo menos en su imaginación (justificada o no). De manera que, desde una perspectiva hedonista elemental, la ‘necesidad de impresionar’ a otros, puede conducir a la adquisición de bienes que no se usan, pero que ‘rinden utilidad’ (prestigio, felicidad, poder o lo que fuere en la específica función objetivo del que adquirió la mercancía).
Cuando se planteen políticas para reducir la COC, por tanto, habrá quienes señalarán que debería tenderse a reducir el consumo de bienes que no se usan por la utilidad intrínseca que rinden, sino que solo –o principalmente- tienen valor extrínseco, ya que sirven para fines de prestigio, status y efectos demostración. Evidentemente, en la práctica, todos los bienes tienen algún componente de valor extrínseco, dada la tendencia humana a la ‘ostentación’, el efecto ‘demostración’ y demás mecanismos de impacto interpersonal (externalidades en el consumo todas ellas), así como por la técnicas de venta de las empresas.
- Dinámicas individuales, sociales e institucionales que reducen la COC por el destino al reuso personal
Sin duda habrá quienes argumentarán que el tema de la COC no interesa porque en efecto existe una enorme variedad de mecanismos ‘naturales’ –muy creativos en unos casos y muy denigrantes en otros- que resuelven automáticamente este problema de la alta COC. Lo que se da, gracias a iniciativas individuales, ‘de mercado’ o institucionales para reducirla y que generalmente responden a la necesidad de supervivencia de los receptores y a la de solidaridad (o prestigio) de los ‘donantes’ con éstos. Por supuesto que ya hoy en día existe una serie de mecanismos institucional-sociales o de modalidades ‘de mercado’, si bien no necesariamente muy eficientes en muchos casos, para reducir la COC.
En efecto, en cuanto a los bienes de consumo no duraderos o duraderos, basta asomarse a la ventana, tarde en la noche o temprano en la mañana, para observar la doliente imagen de niños y jóvenes de ambos sexos, e incluso de ancianos, que a diario arriesgan su salud –de por sí precaria- escarbando desesperadamente entre la basura depositada en nuestros barrios residenciales, en botadores de la periferia o a la vera de los ríos. Lo que parece ser un fenómeno universal, en especial en países económicamente ‘subdesarrollados’ (recuérdese la cita de Sartre en el encabezado de este texto). A ellos se suma una miríada de personajes que circulan por la ciudad en triciclos y camionetas, comprando y cargando con todo lo que encuentran, entre botellas, ropa, periódicos, juguetes, licuadoras, radios y hasta bazofia.
Para diseñar políticas dirigidas a recortar la COC es necesario esbozar previamente una taxonomía de los potenciales usos de esa capacidad ociosa. Para ordenar las diferentes ‘formas de uso de lo que no se usa’, proponemos un simple taxonomía que diferencia entre tres perspectivas de reuso: la personal-familiar, la industrial (sección siguiente) y la de bienes públicos (sección 8.). Veamos cada una.
En lo que se refiere al uso personal, en algunos casos las actividades y acciones que están dirigidas a reducir la COC se realizan para satisfacer directamente satisfactores básicos como el hambre o el abrigo, tanto de personas como de animales; pero en su mayoría se trata de gente que recoge o compra bienes que otras personas o empresas adquieren para revenderlos, regalarlos o alquilarlos, tal cual o luego de arreglarlos o reciclarlos. En ese sentido se trata –cuando menos, a primera vista- de toda una cadena productiva eficiente. Por supuesto que el propio ‘mercado’ también se viene encargando de reducir la COC, lo que consigue a través del alquiler, la reventa o el reciclamiento los bienes subutilizados. Con ello se recupera parte del potencial que tienen los bienes de consumo desperdiciados o en desuso y que, además, son ‘salvados’ así de los perros, de los gallinazos (incluidos los que no tienen plumas, para recordar el cuento de Julio Ramón Ribeyro) y del fuego que los consume en los basurales.
Cabe enumerar cinco formas de uso personal o familiar de la COC, según el tipo de transferencia que lleva al re-uso de los bienes y servicios, a saber:
- Uso directo, con o sin transformación del bien por parte de quien lo recoge. Consiste en el recojo, por iniciativa personal o familiar, de alimentos –arroz, panes y papa o camote cocidos, p.ej.- que se realiza generalmente en barrios residenciales para dar de comer a sus animales o a sí mismos. A ese respecto es interesante que ciertas franquicias –p.ej. las que venden hamburguesas o pizzas- tienen la costumbre de darle a los niños pobres los restos que quedan cada noche, por más contradictorio que ello suene – positivamente esperanzador y trágicamente deprimente a la vez, según desde donde se lo vea.
- En este rubro también caben la ropa para abrigarse, los cartones y esteras para construir sus chozas, los muebles para acomodarse, los utensilios de cocina y similares que consiguen en los basurales.
- Ligado a lo anterior, podemos ubicar a quienes utilizan la basura que recogen para otros fines ‘extraeconómicos’. Aquí podemos incluir obras artísticas. Se usan periódicos, cartones, retazos de ropa, etc. para realizar pinturas decorativas o artísticas; otros usa baterias y pilas (autor desconocido que utiliza estos desechos más dañinos si se llegan a depositar en la tierra o el mar), metales (Delfín) y hasta latas para hacer ‘esculturas’ (Schult). Este último –generalmente combinado con un mensaje ecológico- también viene haciendo uso creciente de artefactos y desperdicios, generalmente para hacer esculturas. Véase la ilustración siguiente que proviene de la obra “Trash People” (Gente Basura) de HA Schult, que está formada por entre 300 y 1.000 figuras humanas diferentes de 1,80 metros de altura, armados con los más variados materiales reciclados (latas, componentes de computadoras, cables, materia orgánica, etc.). Aunque usted no lo crea, esas ‘esculturas’ han sido expuestas en los lugares más sorprendentes, tales como la Muralla China, las Pirámides de Cairo, la Plaza Roja en Moscú, la Piazza del Poppolo en Roma. "Producimos basura y nos convertimos en basura", es como Schult resume el porqué del uso de desechos para realizar sus obras.
- También en el caso de los servicios podría pensarse en su uso secundario para reducir sus altos niveles de COC. Muchas familias re-utilizan el agua que necesitaron con fines de higiene (lavado de ropa, utensilios, personal) para regar sus macetas, su jardín o para abastecer el excusado. Pero también se están diseñando modalidades más eficientes para evitar su uso abusivo y el desperdicio, como está sucediendo en ciertas empresas –en un intento por bajar costos- en que los caños de sus servicios higiénicos solo se accionan por un tiempo determinado, con lo que se usa prácticamente el óptimo del líquido para lavarse las manos o –gracias a rayos láser y contadores informáticos- para desaguar los urinarios. A un nivel bastante mayor, las municipalidades vienen utilizando crecientemente los desagües para irrigar los parques, lo que tiene la ventaja que de paso fertilizan las plantas, aunque también pueden atraer roedores, olores y enfermedades no muy agradables.
.
- Asimismo, es muy común la donación o reparto gratuito de instituciones sin fines de lucro (beneficencias, colectas, ONGs) de los mismos bienes señalados en varios de los párrafos anteriores. Las más conocidas son las labores de caridad y solidaridad que se realizan en navidades o para barrios marginales, en que se junta ropa, libros o lo que fuere en empresas, colegios y otras instituciones para repartirlas como obsequio a grupos de personas, colegios, etc. De igual manera, son importantes las iniciativas de grupo, que hacen casi lo mismo, pero en forma institucionalizada, como en el caso de los ‘Traperos de Emaús’. Asimismo, lo que indica que la COC es elevada en muchos casos, es muy común –especialmente para Navidades- que se realicen colectas de ropa, calzado y demás en colegios o universidades particulares, labor que realizan además –a lo largo de todo el año- instituciones o grupos diversos, a fin de repartirlos en asilos, barrios marginales, colegios nacionales.
- Los que se dan en uso en forma de alquiler y que atraviesan propiamente los mercados. Una tradicional innovación a este respecto son los ‘puestos’ que –en los mal llamado Conos- se dedican a alquilar revistas y hasta libros usados por horas a afanosos lectores que los aprovechan en ese lugar. También es el caso de los teléfonos privados, que se alquilan por una módica suma en las bodegas o tiendas de barrio. Obviamente, también se cuentan en ese sentido las películas que se alquilan para su reproducción (en DVD o VHS) y que, por más ‘piratas’ que sean, se usan bastante más plenamente que los que se disponen por compra. Mención aparte la merecen los automóviles –generalmente Ticos- que se alquilan por parte del propietario de un taxi, que evidentemente no puede dedicarse a su manejo las 24 horas.
- Por préstamo es otra posibilidad. Se da cuando los libros de texto son caros y las universidades y colegios los ponen a disposición –en algunos casos se cobra una módica suma- de sus estudiantes para ahorrarles la compra y que se desechan cuando están totalmente desgastados. Menos común es el préstamo de casas o habitaciones, de automóviles y similares.
- Cuando el reuso se realiza por venta del bien. El caso típico es el que se da en la Cachina donde se ofrece la más variada gama de mercancías (desde aros y llantas, pasando por televisores y lavadoras, hasta llegar a repuestos y espejos). Más conocidos son los ‘mercados de pulgas’, así como, lo que se da en el centro de Lima o en las puertas de las universidades nacionales, donde venden libros de segunda mano, que tienen mucha demanda. Esos eventos se dan básicamente para estratos de bajos y muy bajos ingresos, mientras que los bienes de gran valor generalmente van a parar a los anticuariados donde son vendidos a gente de alto poder adquisitivo.
- Finalmente, el mecanismo más eficaz actualmente conocido –pero aún difícilmente accesible para la mayoría- es el que ofrecen las tiendas virtuales como ‘eBay’ en que los propios dueños ofertan prácticamente todos los tipos de productos que ya no usan; o, en el caso más especializado de los libros: Amazon, que no solo los ofrece nuevos para la venta.
También es interesante el caso de las iniciativas que no solo piensan en el reuso de bienes depositados sin uso, sino que buscan evitar las externalidades negativas que esa acumulación de mercancías desechadas contrae. El mejor ejemplo son las bien conocidas campañas de ONGs y de la Municipalidad de Lima, como la de ‘Techo Limpio’, por medio de las cuales –a través de un complejo y esforzado sistema organizativo- se recogen los desperdicios que se encuentran en las azoteas del Centro de la capital. En este caso, no solo se busca mejorar la imagen estética de la ciudad, sino también intentan servir para asegurar la higiene (proliferación de ratas, piojos y demás) y la seguridad de la gente que ahí vive (dadas las condiciones precarias de las viviendas y ¡para evitar que se derrumben!).
El uso de basura (y del excremento de animales) para generar energía también puede caber aquí. ¿Y por qué no se usa más ‘bienes libres’ para hacerlo? Como p.ej. el viento y el sol (‘bien libre’, cuya oferta aún es perfectamente elástica en ausencia de nubes), así como una gran variedad de material orgánico: ¡cómo se desperdician estos ‘bienes’ infinitos!
El uso más pleno de ciertos bienes de consumo duradero es otra forma de reducir la COC. En efecto, hay la posibilidad de uso potencial más pleno de ellos, como es el caso de las madres de familia que se turnan para llevar y recoger sus infantes del colegio. En procesos de crisis este ‘compartir’ es más evidente. En ellos se desatan una serie de mecanismos que incrementan el uso que se le da a los bienes, con lo que disminuye la COC. El mejor ejemplo es aquel en que –por la polución temporal del medio ambiente en una ciudad o por la falta de combustibles- cada automóvil solo pueden transitar durante determinados días de la semana, con lo que los que poseen uno comparten el automóvil en grupo para trasladarse. En cambio, hoy en día, generalmente todo propietario viaja solo en su vehículo, con lo que se gasta más gasolina, se deteriora el medio ambiente, se congestionan más las vías. También es conocido el caso de las madres de familia que se turnan para llevar y recoger a sus hijos pequeños al colegio. Obviamente estos procedimientos tienen costos de coordinación y de transacción que a veces pueden colisionar con el bienestar de las personas, no así con el bienestar social.
Para terminar, puede ser interesante recordar cómo en los países altamente desarrollados se utilizan muy eficiente y rentablemente los bienes de consumo desechados. Para nuestros fines es relevante el proceso de ‘desnacionalización’ o exportación de esos desperdicios, en que esos bienes fluyen a países como el nuestro (en que, dicho sea de paso, China es uno de los grandes demandantes de estos desechos), aparentemente para bien en unos casos y para mal en otros. El caso de la ropa usada que se nos envía es un caso palpable (en forma de donación o de venta), así como el de los automóviles (¡con el timón a la derecha!), la mayoría de los cuales se venden en Tacna donde genera empleo, contra la oposición del gremio de industriales (SIN). Asimismo es cada vez más común la venta de maquinaria de segunda mano, obsoleta, que se importa de los antiguos miembros de la URSS y que en el país adquieren las micro y pequeñas empresas. Más grave es el caso de desechos dañinos, los que son exportados a nuestros países, para lo que se pagan precios módicos.
- El reciclaje
La segunda modalidad, seguramente la más importante de todas en términos de valor mercantil, tiene que ver con el re-uso industrial de los bienes desechados. En relación al reciclaje, caben señalar los siguientes comentarios, tratándose de un procedimiento cada vez más común en los países del Norte (The Economist, 2007a y 2007b), pero también en los nuestros. Para llevar a cabo el reciclaje, se seleccionan periódicos y revistas, vidrio y plástico, papel y cartón, metales; y, en menor medida, monedas, juguetes y joyas. Los que se recogen de la basura o que adquieren a bajo precio los ‘tricicleros’, los ‘emprendedores individuales’, etc. y que luego revenden a los recicladores o a las mismas fábricas.
Es este uno de los aspectos más interesantes, realistas y rendidores para ‘recuperar lo perdido’ por la existencia de COC. El proceso de reciclado tiene una serie de ventajas. Primero: permite ahorrar recursos naturales valiosos, particularmente metales, petróleo y madera. Segundo: reduce la cantidad de basura que se entierra o se quema, con lo que se ahorra espacio y se reduce la emisión de metano, ese potente gas de invernadero que genera aquella (en especial, la basura orgánica). Tercero: implica un menor gasto de energía, ya que recupera insumos desechados para la industria y porque –como lo acaba de señalar The Economist (2007b)- “la concentración de metales que se obtienen de las explotaciones mineras es extremamente intensivo en energía. (En cambio) el reciclado de aluminio, por ejemplo, puede reducir el consumo de energía por hasta un 95%. Los ahorros de otros materiales son menores pero aún sustanciales: alrededor del 70% para plásticos, 60% para acero, 40% para papel y 30% para vidrio. El reciclaje también reduce la emisión de elementos que polucionan el ambiente al generar humo, lluvia ácida y la contaminación de vías acuáticas”.
A ello se añaden los esfuerzos que despliegan algunas instituciones que –en lugares estratégicos de su local- disponen barricas destinadas, cada una por separado, para productos orgánicos, para papel y cartón, para plásticos y botellas, para metales y demás. La diferenciación que se hace en los basureros entre papel, vidrio y plástico en los basureros es lugar común en un países tan ricos como Suiza, si bien ahí el énfasis está dirigido a mantener el medio ambiente físico, más que para fines filantrópicos. Afortunadamente en el Perú ya se viene implementando –si bien a pequeña escala- esa política por parte de universidades, municipalidades y otras instituciones que albergan a mucha gente que genera cuantiosos desperdicios y que –potencialmente- se pueden reciclar. Los bancos, los supermercados, las farmacias y similares ya están instalando –muy tímidamente- depósitos en que la gente puede depositar sus sobras, al margen del hecho de que las municipalidades deberían facilitarle a los que botan basura clasificarla, como hacen algunas instituciones, distinguiendo entre papeles y cartones, vidrio y plástico, medicinas, madera y muebles, juguetes, etc.
En un emprendimiento muy innovador, también hay quienes utilizan desechos (básicamente cartones y papel reciclados que adquieren de los recicladores) para elaborar libros a bajo costo y que están dirigidos a fomentar la lectura en sectores populares, como es el caso de la asociación Sarita Cartonera, liderada por tres egresados de Literatura de la UNMSM, apoyados por AECI.
- Una propuesta crítica: transformación de bienes privados en ‘bienes públicos’
Lo que inmediatamente nos lleva al tema de la desigualdad y la exclusión social. Y es que, en efecto, la extrema pobreza y la muy desigual distribución del ingreso y los activos en el Perú, explican en gran medida la elevada COC en los sectores acomodados de la sociedad, así como la tendencia de los desempleados o subempleados a ocuparse de reducirla para poder sobrevivir. De ahí que una tercera categoría para reducir la COC, la que más nos interesa aquí, sea la de los bienes privados en desuso que se convierten (o se pueden convertir) en bienes públicos.
En todos los casos mencionados anteriormente, el problema es que esos bienes –desechados o reciclados- pasan de unas manos privadas a otras manos privadas (personas o empresas). De ahí que nuestra atención vaya dirigida a privilegiar una propuesta que los convierta en ‘bienes públicos’. Aunque en gran parte es cierto que en nuestra sociedad ‘todo se vende, todo se compra’, aún hay amplios espacios para la donación o entrega gratuita a conjuntos de pobladores, de manera que estos mecanismos puedan contribuir a incrementar el bienestar de los más necesitados. Uno de los principales retos para asegurar esto radicaría en responder la siguiente interrogante: ¿Qué mecanismos –desde tributarios, pasando por acicates psicosociales, hasta llegar a títulos honorarios- existen para gestar los incentivos necesarios para hacerlo?
Por tanto, se trataría de crear los mecanismos e incentivos necesarios para convertir esos bienes (en especial, los duraderos, aunque no siempre depreciados o desgastados, como veremos) en ‘bienes públicos’, tal como los definen los economistas: pueden ser utilizados por todos sin costo alguno y sin excluir o dificultarle el goce a los demás ‘demandantes’, tal como sucede con los clásicos bienes públicos como por ejemplo bibliotecas y lozas deportivas, parques y plazas, etc.
Para que esta política de reconversión de bienes privados en bienes públicos se pueda cumplir tendrían que intervenir directamente las más variadas instituciones públicas, de preferencia las municipalidades, pero también organizaciones sin fines de lucro como escuelas, universidades, iglesias, bibliotecas, cunas infantiles, hospitales, instituciones de beneficencia y ONGs. Estas instituciones servirían de intermediarias entre los que poseen bienes que no se usan y los que requerirían de ellos o serían sus demandantes potenciales. Como tales, servirían para formalizar el procedimiento de entrega, para reducir los costos de transacción, para facilitar su reciclaje o arreglo y para aumentar el uso de la capacidad de consumo de los bienes. A nuestro entender, en el diseño e implementación de estas políticas habrán de desempeñar un papel estelar las municipalidades provinciales y distritales, que son las que están en las mejores condiciones para asumir el liderazgo con conocimiento de causa, básicamente por la proximidad que tienen con los vecinos. Implica también una ardua tarea educativa, en la que están y deberían estar más comprometidas las ONGs.
¿En qué estamos pensando en este caso? ¿Cómo tratar y adoptar medidas según el tipo de bien subutilizado? Básicamente se trataría de convertir colecciones valiosas de objetos -que son de propiedad privada- en bienes públicos. Es decir, para ese efecto se deberían considerar las mercancías de poco uso (alta COC) que serían susceptibles de convertirse en bienes públicos. Éstos se aprovecharían en bibliotecas públicas nacionales o municipales, en museos, en determinados espacios de universidades y escuelas.
Pensamos en películas y libros antiguos, en huacos y tejidos pre-incas, en joyas y orfebrería; en pinturas y esculturas; en artesanía popular; en monedas y estampillas; en automóviles clásicos; en muñecas, columpios, toboganes, trenes eléctricos y otros juguetes; en arte clásico foráneo (pinturas, máscaras, esculturas); en animales embalsamados; etc. Generalmente se trata de ‘inversiones’ realizadas por personas o familias para satisfacer ciertos gustos muy sofisticados, así como también manías.
En muchos de los casos nombrados, sin embargo, muy bien pueden formarse colecciones de varios particulares –cuyos nombres figurarían prominentemente como ‘donantes’- que no hacen uso de tales bienes y que están dispuestos a compartir sus riquezas estéticas con toda la población. Ciertamente algunos podrían donarse o prestarse por un tiempo (cada año) a museos o a bibliotecas públicas para que una mayor cantidad de personas puedan gozar de ellas. Como de hecho ha sucedido con bibliotecas enteras donadas, por ejemplo, por eminentes académicos a sus universidades de origen.
Este procedimiento ya lo están acometiendo algunos bancos privados, que vienen comprando obras de arte, pero cuyo acceso no es en todos los casos abierto a todo público. En tal sentido, el acceso es más importante que la donación en sí (piénsese en colecciones privadas que se pueden visitar, previa cita y generalmente sin pago alguno), teniendo en cuenta los intereses de los futuros herederos de tales colecciones. También podría pensarse en el préstamo por un tiempo de colecciones enteras, como ya se estila en algunos casos en casi todo el mundo.
Los bienes de colección son parte de lo que llamaríamos COC potencial, en que se pretendería generar incentivos para que sean donados a la comunidad en determinado momento de la vida del coleccionista o al momento de su deceso, testamento de por medio. Desgraciadamente en esos casos, aunque con algún derecho, esos valiosos bienes se venden y desperdigan en otras manos privadas una vez que los herederos los lanzan al mercado. ¿Ayudaría en algo implantar un muy alto impuesto a las herencias de este tipo, cuando se trata de mercancías valiosas que pueden convertirse en públicos que permitan contribuir con la educación o la ‘identidad nacional’?
A manera de digresión, también puede ser ilustrativo el procedimiento contrario al que aquí hemos propuesto, aquel en el que –lo decimos con vergüenza- ciertos bienes públicos son convertidos en bienes privados.
Finalmente, hay una cuarta categoría –bastante distante de la personal, de la de reciclaje y la de bienes públicos- que escapa propiamente a nuestro análisis y propuestas de política. Nos referimos a situaciones menos comunes, que en algún momento fueron muy importantes en el país, como son las invasiones de tierras urbanas o rurales –sin uso o eriazas- de propiedad del estado, de municipalidades o de privados. Sin embargo, son un claro ejemplo de la posibilidad de incrementar el bienestar social, al margen de la problemática ligada a los ‘derechos de propiedad’; por lo menos, si sus propietarios no le dan un uso productivo o no lo convierten en bien público, sea por razones especulativas o falta de financiamiento o desidia. Sin embargo, una propuesta más racional (y que puede convertirse en un mecanismo legal con una Ley para el efecto) para incrementar su uso y que podría plantearse a partir de un impuesto sobre las tierras sin uso, tal como la planteáramos hace algún tiempo (Schuldt, 2001).
Antes de pasar al siguiente tema, permítaseme un breve digresión en torno al concepto contrario al aquí señalado: la conversión de bienes públicos en bienes privados. Aunque hay muchos ejemplos, nos limitaremos a ilustrar la idea en base unos pocos, probablemente los más llamativos que llevan a una especie de Apartheid físico. Pensemos, en primer lugar, en las playas de ciertas zonas de nuestro litoral –en especial, entre los kilómetros 50 a 120 de la Panamericana Sur- que supuestamente son públicas, pero que por la construcción de condominios privados y alguna que otra artimaña para imposibilitar el acceso de cualquiera a la orilla del mar, se convierten sigilosamente en zonas de uso absolutamente privado para los socios de los ‘clubes’ ahí ubicados. El caso de la ‘Costa Verde’ es otro ejemplo de la prepotencia de ciertos empresarios y de la connivencia de alcaldes para convertir las playas de uso público –en que deben respetarse las arenas que se extienden por un mínimo de 50 metros desde las orillas del mar- para la construcción de restaurantes, clubes y demás. Algo similar se aplica, finalmente, al caso de muchos parques públicos que se encuentran entre o al interior de zonas edificadas de áreas residenciales tipo A o B (sobre todo en distritos como San Isidro, Miraflores y Surco), las que se cierran al público con rejas o muros, para beneficio exclusivo de los dueños de esas viviendas.
En todos estos casos, los que sí pueden acceder a estas zonas y que tienen el poder y la prepotencia de prohibir o limitar el ingreso de ‘otros’, arguyen que la ‘autarquización’ responde a motivos de tranquilidad, seguridad, higiene y similares. Evidentemente esto solo puede suceder en sociedades desinstitucionalizadas y altamente fragmentadas, social o étnicamente discriminatorias y que reflejan no solo la enorme pobreza reinante, sino sobre todo la muy desigual distribución del ingreso y los activos vigente, lo que ‘obliga’ a ‘enmurallar’ los espacios sociales. En cuyo caso el poder político asigna los recursos a su antojo, en contra de la ‘debilidad de los mecanismos de mercado’ y, sobre todo de la impotencia de la ‘voz de los ciudadanos’.
- Políticas adicionales
En este acápite se proponen medidas extra-económicas, que intentan desarrollar los ‘valores’ necesarios para reducir la COC y convertir los ‘desperdicios’ en bienes útiles para quienes no los pueden comprar.
Una primera consistiría en educar al ciudadano. La elevada COC también es resultado y un problema que tiene relación con las ‘buenas maneras’ y la educación familiar y escolar de la población, asunto difícil de pedir en las condiciones precarias en que vive la mayoría. Por ejemplo, ¿gastaría usted en kerosene para cocinar si no tiene dinero? ¿no recurriría al bosque o al basurero más cercano para alimentar el fuego requerido? Parte importante de los bosques deforestados puede deberse a este ‘uso culinario’ de los árboles. De otra parte, todos sabemos lo descuidada que es la población en relación al uso de los bienes y servicios públicos, aquellos que no están en manos privadas. El desperdicio de luz en edificios, el exceso de uso de agua, toallas y jabones en los hoteles, etc. Podría reducirse en campañas educativas, desde la escuela y, sobre todo, en las mismas oficinas y hoteles. Pero algo similar se da en el consumo de bienes privados, especialmente entre los segmentos acomodados de la población.
Otra forma consistiría en apelar a solidaridad de la Ciudadanía. Sólo cuando falta agua en las grandes ciudades o hay limitaciones para el uso de electricidad, el gobierno central hace un llamado ‘a la cordura’ para que se ahorre el limitado stock disponible de esos servicios esenciales. Lo mismo se aplica al uso de automóviles cuando escasea la gasolina; en cuyo caso se establecen turnos para el manejo y la gente se agrupa para trasladarse conjuntamente, aumentando así el uso de los vehículos.
Finalmente, con lo que no se agotan las políticas, puede conseguirse mucho motivando a las empresas a ser ‘socialmente responsables’. Después de muchos años de luchas ‘en defensa del consumidor’, ya existe la obligación de marcar la fecha en que caducan ciertos bienes de consumo, especialmente alimenticios un bien duradero de consumo alimenticio (leche, salsa de tomate, cerveza, etc.), así como de las medicinas. Sin embargo, en otros aspectos las empresas no contribuyen precisamente a utilizar eficientemente los recursos, en especial cuando los utilizar para estimular la demanda de bienes de consumo. La técnica más notoria y nefasta a la vez, es la de la llamada ‘obsolescencia planificada’. Ella consiste en lanzar al mercado bienes que solo son de utilidad por un breve tiempo a fin de obligarnos a botarlo o a reemplazarlo por uno ‘más nuevo’, a pesar de que se trata de mejoras mínimas (en lo que apela al afán ridículo de los consumidores de ‘estar al día y con la moda’). La ‘planificación’ de la obsolescencia –que se da en productos tan diferentes como focos de luz, software, relojes, automóviles, edificios, etc.- en muchos casos se realiza sobre la base de: la utilización de los insumos y componentes más baratos para evitar que el bien tenga una vida más larga; la producción de volúmenes con especificaciones técnicas que reducen el tiempo entre una compra y otra de un mismo bien (modelo); el cambio de la moda, cada cierto tiempo, variando según el valor del bien en cuestión; etc.
- ¿Para qué sirve este concepto o paradigma?
Después de este extenso recorrido, para decirlo en pocas palabras, hay que reconocer –como es evidente en muchos otros aspectos- que la gente menesterosa, necesitada e innovadora descubre las cosas y los procesos, así como las soluciones, mucho antes que las detecten y le den un apelativo los académicos –en especial, los economistas-, como es el caso de los ejemplos mencionados. De manera que, en el fondo, no estamos diciendo nada nuevo al referirnos a la COC. Lo único que podría serlo es el concepto o calificativo que estamos sugiriendo y alguna de las propuestas de política que de ahí se derivan para darle –entre otros usos que veremos más adelante- una mayor amplitud y eficiencia al consumo de bienes para reducir la COC, redireccionando el consumo –de preferencia hacia bienes públicos- que permitiría el goce de una mayor cantidad de gente o para que los desperdicios (la alta COC de ciertos bienes) no contribuyan al deterioro del medio ambiente.
Quizás, pensando en los ejemplos anteriores (re-uso personas, reciclaje y bienes públicos), en que la propia población o las fuerzas de mercado reducen la COC, habrá quienes piensen que no habría necesidad de reflexionar sobre el tema y de proponer políticas al respecto. Argumentarían que, ya que –por un lado- el recolector de desperdicios es ‘eficiente’ y, por el otro, en caso que no lo fuera, siempre hay agentes económicos privados ‘socialmente necesitados’ o instituciones ‘socialmente responsables’ que realizarán el ‘arbitraje’ para que no se malgaste tanto o casi nada de la ‘capacidad instalada’ de los bienes de consumo. En tales circunstancias, los ‘restos’, ‘residuos’ y ‘desperdicios’ que consiguen en la vía pública o a través de colectas o la venta directa se usarían óptima y eficientemente, tal cual o por medio de una transformación, la más importante de las cuales es sin duda –como hemos visto- la modalidad de reciclaje de papel, vidrio, plástico, metales e insumos similares.
El problema que acarrean estas ‘soluciones espontáneas o ‘de mercado’ es que los bienes transados vuelven a manos privadas, con lo que aquellas son sub-óptimas, dado que no contribuyen sino a incrementar el bienestar (más bien: a aminorar el malestar) de los que los readquieren para uso directo de las familias e individuos (muebles o aparatos eléctricos) o, por acción de un intermediario, para la utilización indirecta de las empresas (reciclado de vidrio, metales o papel). En ese sentido, lo repetimos, debería privilegiarse –hasta donde ello sea posible- su conversión en ‘bienes públicos’, que es –hasta donde hemos avanzado- la principal utilidad del concepto de la COC. Pero vayamos algo más lejos.
Lo primero que hay que decir es que el concepto como tal puede ser utilizado para mal, como para bien. En el primer sentido, el concepto de COC puede llevar a la adopción de políticas y propuestas altamente asistencialistas, paternalistas y, sobre todo, clientelistas. Es el caso que se desprende de la cita que encabeza este texto y que proviene –nada menos- del presidente venezolano (o el de su sugerencia de invadir casas y departamentos, que finalmente se llevó a cabo). Estas serían soluciones facilistas que nos llevan al desvío y que pueden peligrosamente derivarse de una comprensión demagógica del concepto.
Segundo: Esta reflexión muy superficial sobre las diversas variedades de COC nos parece pertinente porque puede llevar a repensar la actividad productiva y las tendencias al consumo en nuestro sistema económico y su relación con el bienestar-felicidad de la población, dando lugar a ideas innovadoras para la adopción de políticas sociales que permitan incrementar el bienestar social contundentemente, tanto porque elevarían el nivel de vida de la población más pobre del país, como porque permitirían contribuir a reducir el amenazante deterioro del medio ambiente. Tratándose de un concepto que –hasta donde alcanza nuestro conocimiento- es nuevo, apenas hemos intentado una primera aproximación a un tema complejo, que ciertamente requiere un mayor espacio para evitar malentendidos.
Por lo demás y paralelamente, nos permite ensayar el diseño de políticas que generen los incentivos adecuados para reducir esa COC, el deterioro del medio ambiente y el despilfarro de bienes de consumo que, implícitamente, significan el desperdicio de fuerza de trabajo y capital ‘congelados’ en ellos. Lo que quiere enfatizarse es que lo que no se consume plenamente es un desperdicio expost –indirecto o implícito- de fuerza de trabajo y de capital. Por supuesto que parte de ese desperdicio responde, de un lado, a la lógica de los medios por los que el bien se le hace llegar al consumidor (botellas, cajas y envases en general) y, del otro, a las modernas técnicas del mercadeo (en que tales envases o la publicidad por el producto a veces cuestan más que su contenido). Esta termina siendo –si solo nos ocupamos del quehacer económico- complementaria a la de la COP, en el sentido que implica, tanto un desperdicio implícito de fuerza de trabajo y capital, así como explícitamente ciertos grados de utilización de los bienes. En ambos casos, estaríamos observando una subutilización que no permite alcanzar el bienestar social máximo, dados los recursos.
Yendo más a fondo, luego de este largo recorrido por la noción de la COC, por más que se le vuelta, se concluye que por más que se done, distribuya y se usen completamente los bienes de consumo, no se logrará eliminar la pobreza. Por tanto, seguramente la duda que siempre he tenido en relación a este concepto, probablemente radique en el hecho de que no toca los problemas de fondo, que están en las modalidades de acumulación, de distribución y de consumo que le son innatas al capitalismo de mercado. Su modificación –que no sabemos aún por donde deberían proponerse y realizarse- están a la raíz de esos problemas de fondo, que son los que los economistas deberíamos afrontar en lo inmediato y como lo han venido haciendo muchos pensadores en el pasado, aunque las utopías generalmente llevaron a condiciones de vida peores de las que hoy en día gozamos.
En tercera instancia, la mera noción de COC, en tanto se trata de un nuevo paradigma, nos puede llevar a revisar nuestra concepción de algunos de los aspectos del mundo en que vivimos y los patrones de consumo que privilegiamos. En tanto, como creemos, puede transformar nuestra ‘sabiduría convencional’, nos debería permitir ver o percibir aspectos de la vida humana desde una nueva perspectiva. Por lo que también podemos llegar a conclusiones algo más profundas. Nos interesa resaltar y divulgar este concepto de la COC porque nos ofrece un modelo o arquetipo para observar el mundo económico del consumo (incluidos sus aspectos sicológicos y antropológicos, así como morales) y no solo el del uso de los factores de producción en la fabricación de bienes. Además nos obliga a tomar posición sobre el desperdicio masivo a que la lugar el sistema de capitalismo de mercado.
Por lo demás, en última instancia, esto nos lleva precisamente al punto neurálgico de este ensayo. A nuestro entender, el problema radica en los mecanismos endógenos de funcionamiento del sistema socioeconómico en el que estamos insertos, en que el ‘molino infernal’ del consumo es –paradójicamente- parte consustancial de su funcionamiento, tal como lo reconociera en su momento Robert Malthus, lo formalizara posteriormente John M. Keynes y lo aprovechara tan lúcidamente Kenneth Galbraith. Como es sabido, sin consumo no hay inversión, con lo que tampoco habrá empleo e ingresos. Dejar de consumir o consumir cada vez menos lleva a la debacle del sistema, de este sistema. Las más diversas fuerzas endógenas al sistema nos llevan a desarrollar patrones de consumo que, en muchos casos y cada vez más, no se condicen con la satisfacción de nuestras necesidades fundamentales y, consecuentemente, con nuestro desarrollo humano intergral.
De donde podría surgir otro cuestionamiento a la noción de COC, ya que finalmente la economía capitalista de mercado solo sobrevive gracias a la permanente expansión de la demanda de bienes nuevos, los que además tienen que ser cada vez más sofisticados, real y, sobre todo, aparentemente. De manera que tratar de reducir la COC para permitir su re-uso por otros, implicaría –a primera vista- reducir el crecimiento económico y la dinámica del sistema, tal como funciona actualmente.
Yendo más a fondo, naturalmente todos estos fenómenos responden a la propia lógica del capitalismo de mercado, que se sustenta básicamente en la expansión del consumo a través labores de marketing y de innovaciones que pretenden asegurar el perfeccionamiento real o aparente de los bienes. Incluidas en estas cuestiones están obviamente muchas más, como por ejemplo la ‘obsolescencia planificada’, que envejece los productos adrede (técnica o funcionalmente), cuando se le podría dar una mayor vida útil; como también el empaque, que desempeña un papel cada vez más importante en las ventas, a la vez que significa cada vez más en términos de costos, que a veces sobrepasan al del producto que envuelve.
Lo que nos lleva a responder la interrogante de partida: Que en las economías capitalistas de mercado los académicos no se preocupen mayormente de la presencia de elevados niveles de COC es comprensible, ya que es un sistema económico que requiere que los agentes económicos compren más y más mercancías para que la demanda efectiva se expanda y así progresen las economías (a través de un crecimiento económico sostenido), las empresas (alcanzando mayores ganancias) y las familias (para tener empleo e ingresos). En ese sentido podría decirse que se trata de un sistema muy racional –a pesar de tratarse de un molino infernal- desde una perspectiva económica, no así desde la ética y desde una visión social y humanista de la economía y la sociedad.
A Manera de Conclusión
A nuestro entender, el concepto de Capacidad Ociosa en el Consumo no ha sido introducido al cuerpo de la Teoría Económica por cuatro motivos fundamentales. Uno es propiamente empírico: porque se considera que su nivel es muy bajo, gracias a los mecanismos que hemos mencionado y que permiten su reuso. Otro, porque no da mayores luces para fines de política, aunque aparezca –a veces- enmascarado por la problemática de la ‘obsolescencia’ y la necesidad de deshacerse de ‘basura’, especialmente de la tóxica. Una tercera explicación podría radicar en el hecho de que es absurdo hablar de la COC en nuestro sistema económico, dado que éste requiere que la gente consuma cada vez más (¡no importa qué!) para poder asegurar altos niveles de empleo e ingreso, que es lo que sostiene y viabiliza esta modalidad de acumulación. Finalmente, aunque sea una hipótesis aventurada, porque da pie a cuestionar el sistema capitalista de mercado, que obliga a consumir cada vez más bienes, aunque ellos casi no contribuyan al bienestar y la felicidad de sectores cada vez más amplios de la sociedad, especialmente en los países ‘desarrollados’.
Puede haberlo desilusionarlo a usted el hecho de que aquí no encontró una fórmula matemática, un cuadro estadístico o aparataje técnico alguno. Pues, en efecto, solo se trata de formular un concepto muy general.
Como se habrá observado la sola mención del concepto de COC puede resultar altamente subversiva, tanto para mal, como para bien. Para mal, por el uso demagógico, paternalista, asistencialista y clientelista que se le puede dar, tal como el caso que se presenta en la segunda cita del encabezado a este artículo. Para bien, por algunas políticas que efectivamente podrían contribuir a incrementar el bienestar de la población. Y, no sé si para bien o para mal, porque ataca algunos de los nervios más finos del ‘molino infernal’ que significa la vida en un sistema capitalista de mercado, en que la gente va tras bienes que -en vez de satisfacer necesidades axiológica y existenciales fundamentales- lo acogotan por satisfactores que lo reducen a un homo economicus puro unidimensional (Marcuse, 1964) y que, en conjunto, nos convierten en una ‘masa solitaria’ (Riesman, 1950).
A mi entender, para plantear esquemas que permitan vislumbrar un futuro mejor para el ser humano, habría que partir de su naturaleza más profunda. Hasta donde mis conocimientos alcanzan, son dos los economistas que han planteado el problema –y vías lejanas que prometen utopías realista- en su forma más digerible: Manfred Max-Neef (198 ) y Amartya Sen (199 ).
Nótese, sin embargo, que tampoco se trata aquí de sugerir que vayamos por la senda de una economía ‘budista’ o ‘puritana’ en lo que a los patrones de gasto y a la magnitud del consumo concierne. Tampoco se trata, por supuesto, de proponer políticas paternalistas y asistencialistas que no hacen sino humillar a los receptores, como lo acaba de proponer el presidente venezolano. Es decir, se convertiría la noción de COC como un paradigma para llevar a cabo políticas asistencialistas, paternalistas y asistencialistas, cuando su esencia consiste en privilegiar el bien público versus el bienestar individual. En el extremo, bien se puede convertir –que es nuestra intención última- en un concepto radicalmente anti-sistémico.
De manera que la utilidad del paradigma de la COC radica en que, si logramos interiorizarlo adecuadamente y observamos la realidad a través de estos nuevos lentes, se nos abre un menú muy polifacético para los más diversos gustos, porque:
- Nos permite tomar conciencia respecto al desperdicio e irracionalidad de ciertos patrones de consumo que forman parte consustancial de nuestra personalidad y son inducidos por el efecto demostración y las técnicas modernas de marketing;
- Nos podría conducir a una mayor responsabilidad respecto a los bienes que compramos en función a nuestras ‘necesidades reales’ (las compras emotivas y compulsivas son cada vez más notorias), más que para responder a la ostentación y el consumo conspicuo;
- Nos percatamos del gasto adicional que pagamos por los bienes por los ‘esfuerzos de venta’ de las empresas, en especial por la publicidad y los empaques costosos que en muchos casos no contribuyen a satisfacer necesidad sentida alguna;
- Nos aguza la mente para encontrar formas de convertir bienes de consumo privados en bienes públicos;
- Nos induce a crear metodologías para calcular el enorme costo que significa la ‘obsolescencia planificada’;
- Nos hace pensar que siempre ‘seguimos parados en el mismo sitio’ porque cada vez nuestras aspiraciones crecen, sin contribuir a incrementar nuestro bienestar;
- Nos hace pensar en el tiempo que le dedicamos al consumo de bienes materiales a costa de los ‘bienes relacionales’;
- Nos concientiza sobre la creciente falta de solidaridad social;
- Nos hace preguntarnos por las consecuencias que tiene el consumismo exagerado, no solo en la salud de las personas (tendencia a la gordura), sino a su impacto en el ‘calentamiento global’ por la emisión de ‘gases de invernadero’;
- Nos puede servir para diseñar políticas educativas para ‘racionalizar’ patrones de consumo, para cuidar el medio ambiente y para tomar conciencia sobre la lógica perversamente racional del capitalismo, lo que nos puede conducir a su cuestionamiento y a la búsqueda de sistemas alternativos;
- Etc.
____________________________________________________________________________
Anexo I: Capacidad Ociosa en el Consumo (COC): Enfoque Intertemporal
Por: Nikolai Alva
Sea el modelo usual de una familia que vive dos periodos, donde:
t = periodo (1,2)
Qt = Ingreso
Ct = Consumo
r = costo de oportunidad (tasa de interés)
Para hallar el equilibrio igualamos el Ingreso con el Consumo, Qt = Ct, llevándolos a valor presente:
Q1 + Q2/(1+r) = C1 + C2/(1+r)
Luego, para incluir el efecto de la COC, introducimos el concepto de la tasa natural de consumo: “f”, la cual entendemos como la tasa de desgaste de un bien de consumo, similar a la tasa de depreciación.
La tasa natural de consumo (f ) puede tomar valores que van entre 0 y 1, donde 0 significa que el bien de consumo puede revenderse al mismo precio que fue comprado, y 1 que el desgaste fue total por lo que su precio reventa tras ser consumido sería 0. Además, asumimos que existe un mercado perfecto para bienes de consumo usados.
Tomando en cuenta lo anterior, igualamos nuevamente el Ingreso con el Consumo, Qt = Ct, llevándolos a valor presente, obteniendo lo siguiente:
Q1 + Q2/(1+r) + (1-f)C1/(1+r) = C1 + C2/(1+r)
Un observador acucioso notaría que no hemos incluido la reventa de los bienes consumidos en el periodo 2, ya que la familia solo vive dos periodos, la cual llevada a valor presente sería:
(1-f)C2/((1+r)2)
¿Qué hacemos con ello? ¿Podemos introducirlo en el modelo? Sí es posible, pero para hacerlo necesitamos tomar el supuesto que el mercado de bienes usados está tan bien desarrollado que se pueden realizar contratos de ventas a futuros de los mismos. Para darle más realismo, podemos agregar que -debido a la incertidumbre y al margen de ganancia de los revendedores- el precio de un bien usado vendido a futuro disminuye según la tasa “h”, la cual, también va de 0 a 1, donde 0 representa que los compradores a futuro pagarían el mismo precio del de una venta en tiempo normal, y 1 que no pagarían nada por dicho bien en un sistema de ventas a futuro.
Finalmente, incluyendo todo lo anterior, realizando la habitual igualación del Ingreso con el Consumo, Qt = Ct, ,y llevándolos a valor presente, obtenemos lo siguiente:
Q1 + Q2/(1+r) + (1-f)C1/(1+r) + (1-h)(1-f)C2/((1+r)2) = C1 + C2/(1+r)
Pregunta: ¿Cuál es la COC?
Sugerencia: Comparar la diferencia en los consumos entre el modelo final y el inicial.
ANEXO II: CUADRO RESUMEN DE EXPERIENCIAS OPERATIVOS TECHO :
"VIVIENDAS SANAS Y SEGURAS"(OCTUBRE-DICIEMBRE DE 1999)
NÚMERO DE OPERATIVO | Operativo Techos I | Operativo Techos II | Operativo Techos III | Operativo Techos IV | Operativo Techos VI |
DISTRITO | Cercado de Lima | Cercado de Lima (urbanizaciones)
| Cercado de Lima
| Magdalena del Mar (distrito al oeste de Lima) | Comas (Cono Norte de Lima) |
ZONA COMPRENDIDA | Realizado en la zona comprendida entre el Paseo Colón, Av. Guzmán Blanco, Av. 28 de Julio y Av. Garcilaso de la Vega. | Urbanización Roma, entre las avenidas Universitaria, Colonial y Argentina, calle Leonardo Arrieta. | Urbanización Mirones | Entre las Avenidas Brasil, Sucre y los Jirones Grau y Junín. | Urbanización Carabayllo, entre las Avenidas Túpac Amaru y Metropolitana. |
EXTENSIÓN | 1,5 | 1,2 | 1,0 | 1,3 | 1,8 |
FECHA DE REALIZACIÓN | Sábado 19 de octubre de 1999. | Sábado 7 de noviembre de 1999. | Sábado 5 de diciembre de 1999. | Sábado 18 de diciembre de 1999. | Domingo 19 de diciembre. |
CONTRAPARTE LOCAL | Municipalidad Metropolitana de Lima. Vecinos del área del operativo. | Municipalidad Metropolitana de Lima. Vecinos de la urbanización Roma. | Municipalidad Metropolitana de Lima. Vecinos de la urbanización Mirones. | Municipalidad de Magdalena del Mar. Vecinos del área del operativo. | Municipalidad de Comas. Agencia Municipal Nº1, Asociación de propietarios de urbanización Carabayllo. |
NÚMERO DE TRABAJADORES | 39 | 37 | 35 | 30 | 31 |
TIEMPO DURACIÓN DE OPERATIVO (horas) | 6,7 | 6,5| | 6 | 6 | 7 |
RESIDUOS SÓLIDOS ELIMINADOS (toneladas métricas, TM) | 20
| 21 | 25 | 27 | 30 |
RESIDUOS RECUPERADOS (toneladas métricas, TM | 3.2 | 3.0 | 3.7
| 4.3 | 4.2 |
COMPOSICIÓN (5) | 42% de metales, 38% de objetos para reuso, 15% de papel y cartón, 5% de plástico y 5% de vidrio. | 45% de metales, 25% de objetos para reuso, 15% de papel y cartón, 8% de plástico y 7% de vidrio. | 46% de metales, 29% de objetos para reuso, 15% de papel y cartón, 5% de plástico y 5% de vidrio. | 41% de metales, 23% de objetos para reuso, 20% de papel y cartón, 8% de plástico y 9% de vidrio. | 43% de metales, 20% de objetos para reuso, 22% de papel y cartón, 10% de plástico y 5% de vidrio. |
INGRESO BRUTO POR VENTA (US$) | 670 | 650 | 664 | 630 | 670 |
DISTRIBUCIÓN ENTRE TRABAJADORES (US$) | 21 | 17 | 20 | 17 | 19 |
ESTIMADO DE AHORRO BRUTO DE LA MUNICIPALIDAD(US$). | 1,700 | 1,900 | 2,100 | 2,000 | 2,200 |
Fuente: ANDE, Informes de Operativos., Octubre a diciembre de 1999.
Elaboración: Propia.
BIBLIOGRAFÍA
ANDE (2001). Capacidades y Condiciones Laborales de los Trabajadores Independientes de Residuos Sólidos en Lima Metropolitana. Lima: Asociación Nacional de Desarrollo Sostenible, mayo.
Ardito Vega, Wilfredo (2007). “Juguetes, algarrobina y arte moderno”, en La Insignia, junio (www.lainsignia.org/2007/junio/cul_034.htm).
Dorfman, Robert, Paul A. Samuelson y Robert M. Solow (1958). Linear Programming and Economic Analysis. Nueva York: McGraw-Hill.
Galbraith, John K. (1958). The Affluent Society.
Galbraith, John K. (1967?). The New Industrial State.
Kolm, Serge-Christophe (2006). “Introduction to the Economics of Giving, Altriuism and Reciprocity”, en Serge-Christophe y Jean Mercier Ythier, editors. Handbook of the Economics of Giving, Altruism and Reciprocity; pp. 1-122. Número 23 de los ‘Handbooks in Economics’. Dos volúmenes. Amsterdam: North-Holland (Elsevier).
Marcuse, Herbert (1964). El Hombre Unidimensional. México: Ed. Mortiz, 196 .
Packard, Vance
Mauss, Marcel el don.
Max-Neef, Manfred (1993). Desarrollo a Escala Humana. Montevideo: Editorial Nordan-Comunidad.
Packard, Vance (1957). The Hidden Persuaders. ….
Riesman, David (1950). The Lonely Crowd. Yale University Press; y, en 1953, en Doubleday Anchor Books. Nos remitimos a la versión en alemán: Die Einsame Masse, Hermann Luchterhand Verlag, 1958.
Schuldt, Jurgen (2001). “Valuando la Pachamama: Un Impuesto Reactivador”, en Actualidad Económica del Perú, no. 221 (www.actualidadeconomica-peru.com/anteriores/ae_2001/221/polit_econ3.pdf).
Sen, Amartya (1999 ). Development as Freedom. Nueva York: Knopf Inc. Versión castellana: Desarrollo y Libertad.
The Economist (2007a), “Recycling – The Price of Virtue”, junio 7; edición virtual (www.economist.com/opinion/displaystory.cfm?story_id=9302727)
The Economist (2007b), “The Truth about Recycling”, junio 7; edición virtual (www.economist.com/opinion/displaystory.cfm?story_id=9249262).
Del Prefacio de D’une Chine a l’autre, de Henri Cartier-Bresson y Jean-Paul Sartre. Paris: Ed. Robert Delpire, 1954. La cita proviene de Sartre (1965: 15). Fuente: “Chávez pide donar bienes superfluos”, en La República, junio 12, 2007; p. 27. No nos ocuparemos aquí de sus diversas variedades (maquinaria, equipo, capital social, recursos naturales, etc.), ya que –en lo que sigue- interesará el uso de los bienes, sean de capital (inversión acumulada) o de consumo. Técnicamente hablando, ello significa que se pretendería llegar a la ‘frontera de posibilidades de transformación’, en la que se usan plenamente los factores de producción y más allá de la cual no es posible incrementar la producción de mercancías. La RAE de la Lengua lo define, sea como “derroche de la hacienda o de otra cosa”, sea como “residuo de lo que no se puede o no es fácil aprovechar o se deja de utilizar por descuido”, que son las acepciones que aquí también utilizaremos. Nótese, sin embargo, que hay casos en que la evaluación de la COC se complica, en especial si el bien se adquiere no para consumir su valor ‘intrínseco’ (en este caso, la lectura de los libros), sino para ostentarlo (valor extrínseco). Es conocida la costumbre de algunas personas que compran libros que les sirven de simple adorno: ¿Recuerda cuando adquirió doce metros de libros bien encuadernados para llenar los estantes de su biblioteca particular recién inaugurada y a vista de todos –de preferencia, en la sala y hasta en el comedor- los visitantes de su hogar? Claro que ya sería el colmo que incluyéramos dentro de la COC el jardín o la piscina de nuestra casa, aunque apenas se disfruten, o las pinturas y esculturas que adornan nuestras habitaciones, o los discos de nuestra preferencia aunque los escuchemos una sola vez al año, o los 20 gatos que alimenta nuestra abuelita, etc. Todos ellos rinden ‘utilidad’ y, como tales, aunque no estén consumiéndolos, tienen un uso temporal o potencial a futuro (Piense en el tren eléctrico –aunque ya no le interese mucho a los chicos de estas generaciones- que le regalaron décadas atrás y que usted quiere obsequiárselo a su único o más engreído nieto). En que, por ejemplo, en algunos artículos el empaque es más costoso que su contenido mismo, que es el que le da el valor intrínseco, como es el caso de los perfumes (tanto por la caja, como por el frasco. Evidentemente, nadie consume el paquete o la botella, pero esas ‘envolturas’ le dan el caché (junto con la marca, por supuesto) al bien en cuestión. También es común entre las mamás de hogares bien establecidos y adinerados que muy a menudo exclaman: “¡Hijito, termina tu plato, que hay millones en el mundo que no tienen nada que comer!”, con lo que -en última instancia- están intentando reducir la COC en el consumo de alimentos, aunque lo que le interesa es que su vástago se alimente adecuadamente. Recuérdese el sonado caso de Larry Summers a quien –mientras que se desempeñaba como segundo en el Banco Mundial- apoyó la propuesta de su colega Lant Pritchett, de enviar los desechos tóxicos a países subdesarrollados, porque ahí el ‘costo de oportunidad’ era menor. Véase los detalles en: www.commondreams.org/headlines01/0313-04.htm, donde también se reproduce el famoso memorando y la patética frase que dio lugar a todo el entuerto según esa fuente: ''I think the economic logic behind dumping a load of toxic waste in the lowest wage country is impeccable and we should face up to that''. De paso vale la pena notar que en la ciudad de Lima, que rebasa los 7 millones de habitantes, solo existen dos plantas de tratamiento de basura (en Huaycoloro y Ancón), pero que apenas reciclan el 5% de la basura. En cambio, existen 18 botaderos informales o irregulares en la periferia de la capital. En estos últimos días de junio todos hemos sido testigos del enorme esfuerzo humanitario por juntar ropa, víveres y medicinas para las zonas altoandinas del Perú –especialmente del departamento del Cusco- para paliar en algo los efectos del friaje que ya ha acabado con la vida de muchísimos niños (49 en lo que va del año; número que, sin embargo, es menor a los ¡150 que fallecieron de neumonía el año pasado en esas zonas!) y ancianos. Y aún se esperan temperaturas menores, que hasta ahora se ubicaban en torno a 12 grados bajo cero y que el SENAMHI estima llegarían a 20 y 22 grados bajo cero en los próximos días. Hoy día, 19 de junio salió el primer envío de alrededor de 15 TM de medicinas, ropa, frazadas y comida desde Lima a la región. Esto nos da una buena idea de la cantidad de COC existente, aparte de la buena voluntad de ciertos sectores de la población que depositaron sus donativos en el Estadio Nacional. Ver: “Zonas altoandinas tendrán temperatura de menos 20 grados”, en Perú.21; junio 19, p. 20. A ello se añade, como informa El Comercio de hoy, que “unas 150 toneladas de ropa y víveres decomisados por la Policía Fiscal en las últimas semanas serán destinadas a familias de escasos recursos que vienen siendo afectadas por las bajas temperaturas que se registran en 12 regiones del país”. En Trujillo ya existe un Museo del Juguete, señero en su género en América Latina, como nos cuenta W. Ardito Vega: “En ese acogedor museo se puede encontrar desde muñecas preincaicas hasta las colecciones de soldaditos de plomo con los que antaño los niños reproducían la batalla de Waterloo o la de Ayacucho. Los visitantes disfrutan contemplando los trompos, los trenes, los camiones de hojalata y las muñecas de porcelana; los más pequeños miran con curiosidad y los adultos con nostalgia”. Aunque también, porqué no decirlo (si bien en este caso se justificaría que se mantengan en manos de sus dueños), para afrontar gastos imprevistos, tener recuerdos personales y para cubrir los más variados valores o requerimientos ‘extra-económicos’. Sin embargo, Al responder a ‘satisfactores extra-económicos’ (de alto valor extrínseco, en el sentido indicado), no necesariamente pueden incluirse en nuestra definición de COC si nos limitamos a considerarlos únicamente desde una perspectiva utilitarista. Si vemos la enorme COC que existe en ciertas casas particulares no saldremos de nuestro asombro: Huacos, automóviles, estampillas, obras de arte y similares. A ese respecto nos preguntamos porqué no se podrían donar (por lo menos algunos de los disponibles) para crear –en las principales ciudades del país, inicialmente- espacios para el (varios de los cuales ya existen, pero sólo en la capital): Museo de Reliquias Coloniales; Museo de Pintura Criolla; Museo de Arte Moderno; Museo del Juguete; Museo de la Moda del siglo XIX y XX; Museo de la Artesanía Peruana; Museo de la Tecnología; Museo de Instrumentos Musicales; Museo de la Estampilla Peruana; Museo de Automóviles Clásicos; Museo de Insectos; etc. Cuánto nos enriquecerían estas colecciones públicas, pequeñas y grandes, en colegios y galerías, en Lima y sobre todo en provincias. Loable esfuerzo al que se añade la restauración de casas coloniales y de balcones en el centro de Lima. Es pertinente recordar que los que encierran esos bienes públicos para su uso particular, son generalmente los mismos que más vociferan contra las invasiones de la propiedad privada en otras zonas (aunque se den en cerros desérticos).
Un ejemplo paradigmático a este respecto es el de los estudiantes universitarios, especialmente en los países del Norte, quienes acuden a ‘tiendas’ de segunda mano para amoblar sus departamentos cuando viven lejos de sus familias. Los denominados ‘mercados de pulgas’ son otro ejemplo notorio de esta tendencia. Aparte de ello, estimamos que el ‘mercado’ o la filantropía apenas reducen en parte y no muy eficazmente esas COCs relativamente elevadas, las que bien pueden significar entre 5 y 10% del Producto Interno Bruto de una economía como la nuestra. Sin embargo, la realización de ese cálculo aún es un reto –no solo empírico, sino fundamentalmente conceptual- para economistas y demás científicos sociales. Pero, ¿no es y no seguiría siendo humillante entregar tales bienes ‘remendados’ (por no decir, desechos) a los pobres? En efecto, que sí, aunque depende de la forma como uno los haga llegar a los beneficiarios, en qué condiciones y en qué circunstancias. Si cada año sólo se desperdiciara aproximadamente un 10% de lo que consumen de las personas (y que representa un apreciable 67% de PIB), tendríamos que el uso pleno de los bienes de consumo aumentaría el PIB en aproximadamente 3,3 puntos porcentuales, considerando que algo menos del 50% del 10% se podría re-consumir a través del re-uso o reciclaje.
Recuérdese, a ese respecto, la anécdota célebre de las latas de leche que Alan García cuestionaba en su primer gobierno y que proponía sustituir por bolsas o cajas que habrían permitido reducir el costo del producto. La lata a que aludía García entonces aún sobrevive, mientras que ha crecido la oferta de envasados en cajas, bolsas y botellas, que ciertamente son más baratas y, probablemente, deterioran menos el medio ambiente cuando se desechan. Para decirlo en términos del DOSSO (Dorfman, Samuelson y Solow, 1958) cabría preguntarse: ¿La COC es el ‘dual’ de la COP? ¿O al revés? Pensamos que no lo es en sentido estricto, pero sí lo es si pensamos que el desperdicio directo de trabajo y capital que se observa en la COP, se puede detectar también indirectamente por medio de la COC. En ese y solo en ese sentido, la COC sería el ‘dual’ de la COP. Piense, por ejemplo, porqué al lado de las cajas registradoras de los supermercados se ofrecen dulces, revistas, navajas de afeitar y similares, para bien unos, pero generalmente para mal.