El Día que Argentina Dijo Nunca Más

lunes, 31 de marzo de 2008

Enrique Fernández-Maldonado Mujica

Fotos: Manuela Tapia Cortese. Puede ver las fotos a plena pantalla si presiona con el ratón sobre cada imagen.


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¿Qué hace que una sociedad se rebele con tanta vehemencia contra un pasado de violencia, terror y muerte? ¿Cómo explicar esta marea de hombres y mujeres, jóvenes y niños reunidos en la Plaza de Mayo, aullando hasta el infinito Presente! por cada uno de los desaparecidos citados? ¿Cómo enfrentar el doloroso proceso de separación, pérdida y reconciliación cuando se sabe que el hijo, los padres o el compañero que hoy recuerdan, ya no volverán más? ¿Cómo recuperar la paz interior mientras los culpables intelectuales y materiales de 30 mil desaparecidos deambulan en la más completa impunidad?

Para los argentinos la receta parece sólo una: hacerse escuchar, cada 24 de marzo, para refregarle al país entero sus ánimos de no claudicar contra la impunidad. Como a inicios de semana, cuando miles llenaron la Plaza de la Avenida de Mayo para reclamar memoria, justicia y verdad; para exigir condena a los dictadores.

La historia

El 24 de marzo de 1976, Jorge R. Videla, general de las fuerzas armadas, derroca a Isabel Perón e instala una dictadura cívico-militar que marcaría la historia reciente de Argentina. Fue un gobierno que contó con el apoyo y venia de los poderes económicos, la jerarquía católica y la prensa aliada con los “gorilas”, cuyo carácter autoritario quedó sellado desde su nacimiento: al establecimiento de la pena de muerte siguió la clausura del Congreso Nacional y de todas las legislaturas provinciales y municipales; la recomposición de una Corte Suprema de Justicia afín al régimen; la intervención de las organizaciones sindicales y la cancelación de toda actividad política opositora al régimen de “reorganización nacional”. Se trató – como define el historiador y columnista del Clarín, Felipe Pingo – de un “Estado terrorista”: “un poderoso instrumento de represión, ignorante del derecho en general y de los derechos humanos, cuyo objetivo era reorganizar en sentido regresivo la sociedad entronizando la injusticia, la insensibilidad social y la ignorancia”.

Fueron seis años de dictadura, pero quedaron huellas indelebles. La más grave: 30 mil argentinos (y extranjeros) desaparecidos en las instalaciones de ESMA, en las profundidades del Atlántico o bajo la persecución cómplice de gobiernos vecinos. No sería la única huella: el nombramiento de Martínez De Hoz – el Ministro de Economía que aplicó ortodoxamente el plan de ajuste del FMI – sería el anticipo de lo que vendría más tarde con el neoliberalismo menemista. La liberación de precios, el congelamiento salarial y la disminución del déficit fiscal harían lo suyo: los precios aumentarían en más del 80%, los sueldos perderían capacidad adquisitiva, se despedía masivamente mientras se incrementaban los impuestos y los servicios públicos. Fueron años que enriquecieron a los que ya eran ricos, mientras que se callaba – a punta de fusil y miedo – a quienes reclamaban las libertades perdidas. “Un gobierno que había pactado con la muerte”, sentenciaría correctamente Hene de Bonafini, combativa Madre de Mayo (MM) desde tiempos de la dictadura.

Después del 10 de diciembre de 1983 – fecha que marcó el final de la dictadura – Argentina era un país “arrasado”, escribe Pingo: “con miles de desaparecidos, familias destruidas, la industria nacional herida de muerte, las cicatrices de una guerra perdida, una deuda externa que condicionaba cualquier política de gobierno, niños desnutridos y analfabetos, una sociedad menos solidaria y más individualista. Y el eco de un discurso oficial que durante años había hecho creer que la utopía era sinónimo de estupidez”.

Los actos

El Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia – feriado “no laborable” desde 2006 – comenzó con la voz ronca y guitarra comprometida de León Gieco, poco después del almuerzo. El llamado principal lo hizo las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, pero se plegaron organizaciones sociales y políticas de izquierda, activistas de derechos humanos; gente sin militancia convencida del valor de la vida. Un crisol de generaciones reunidas. Tarde solemne y, al tiempo, festiva, musical, alegórica. Una bandera kilométrica con los rostros de los desaparecidos cortaba la Plaza en dos.

El más importante acto conmemorativo contra la dictadura desde 1996, aniversario 20 del golpe, escribía Luis Bruschtein en Página/12. Y el primero que se realiza con varios de los represores condenados.

De acuerdo al Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), son mil – entre civiles y personal de las fuerzas de seguridad – los involucrados con causas relacionadas con el terrorismo de Estado. Sin embargo, no más del 40% está siendo procesado y apenas 14 han sido condenados. Acá, en Argentina, 211 causas están abiertas, 139 están en movimiento, pero se tiene a 380 procesados, 306 de los cuales están detenidos preventivamente mientras 74 se encuentran en libertad. Para los argentinos los juicios avanzan a paso de tortuga. Y lo que pasa en Perú les parece inaudito (más del doble de muertos y ni pío).

Por eso la proclama más voceada en la concentración fue “cárcel común, perpetua y efectiva a genocidas y cómplices”, pero no fue la única. La Declaración leída por representantes de H.I.J.O.S y de MM – y suscrita por un sinfín de organizaciones de derechos humanos, parlamentarios del Kirchnerismo y de la izquierda política – incluía exigencias tan variadas como la aparición con vida de Julio López, testigo clave en varios juicios calientes contra la dictadura (desaparecido “en democracia” como precisan los argentinos); hasta la discriminalización de la protesta, el reconocimiento de sindicatos.

Ya de regreso, cuando aún se escuchaban las murgas en retirada y el sol moría sobre el Obelisco, nos preguntábamos por qué nuestra sociedad, la peruana, carece de esta terca reacción frente a la injusticia y la impunidad. ¿Por qué no teníamos un Día por la Memoria, Justicia y Verdad como el celebrado en Argentina: masivo, intenso, voraz? Ahora entiendo la tirria de García contra todo lo que suena a organización o movilización social.

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