Javier Iguíñiz Echeverría. Jefe del dpto de Economía PUCP. ¿Por qué disminuye tan lentamente la pobreza económica? Hay muchas respuestas técnicamente razonables, pero en esta oportunidad proponemos una razón que puede parecer chocante: la pobreza no baja más rápido porque, para muchos, es la solución para lograr objetivos intermedios que se consideran más prioritarios. Algunos ejemplos de argumentación inicial y sencilla, entre muchos, pueden ilustrar a qué nos referimos. 1. Se ha dicho a menudo que la mejor manera de mantener la capacidad competitiva de la economía peruana es manteniendo, y hasta reduciendo, los costos laborales, esto es, principalmente los salarios. Hoy, con los bajos salarios predominantes, eso significa que conviene mantener a los asalariados el mayor tiempo posible en la pobreza. Se diría, pues, que el progreso del país depende de la prolongación de la pobreza. 2. Otra manera de competir es por medio de la formación de cadenas productivas. Felizmente no faltan casos en los que dichas cadenas constituyen medios para difundir tecnología, mejorar la calidad de los productos y recibir cada vez mejores precios. Lamentablemente, para muchos empresarios, particularmente en el lado de la comercialización la solución del problema de la competitividad es el mantenimiento de la pobreza de muchas familias de la ciudad y el campo. Las diferencias entre el precio final de un producto y el pago por unidad que reciben los campesinos o los confeccionistas son enormes. 3. También se esgrime que mantener bajos los salarios reales e incluso bajarlos es conveniente para que las empresas contraten más mano de obra. Así, la solución al problema de la falta de empleo es mantener la pobreza de los que trabajan. El pobre debe ayudar con su pobreza a otros más pobres. En esta mirada cortoplacista, la expansión de la demanda que resulta del mayor poder de compra salarial y los efectos de frenar la expansión del tamaño de mercado interna sobre la inversión y el cambio técnico no es materia de interés ni del Estado ni de los organismos multilaterales. 4. Hemos tratado de razones que esgrimen quienes impulsan el mantenimiento de la pobreza por el mayor tiempo posible. Ahora debemos recordar el planteamiento que primó durante la alta inflación de los años 70 y 80. En aquella época se esgrimió que la razón de la inflación era la existencia de un "exceso de demanda". En otras palabras, la población tenía un poder de compra "excesivo". La política de estabilización antiinflacionaria consistió en reducir esa demanda. En concreto, se trató y logró con gran eficacia reducir los salarios reales mucho más de lo que caía el producto per cápita y, de ese modo, aumentar la pobreza. En la práctica, aumentar la pobreza era la herramienta que concientemente se impulsó para bajar la inflación. 5. Un argumento también común es que la mejor manera de reducir la pobreza es bajar los precios de los bienes y servicios y que, para ello, es necesario mantener bajos los costos en general y los laborales en particular. Luchar por mayores salarios o mayores precios agrícolas es visto así como un ataque a la economía familiar de los consumidores. Nuevamente, la teoría y la práctica son miopes pues la manera más eficaz para bajar precios de manera permanente no es la compresión salarial sino el cambio técnico que permite subir salarios, mejorar el ingreso campesino y, a la vez, bajar precios. No pretendemos afirmar que, fuera de algunos casos excepcionales, haya quien se felicite de aumentar la pobreza o disfrute haciéndolo. Dentro de las vigentes reglas de la competencia hay muchas situaciones que empujan, incluso obligan, sobre todo a los pequeños empresarios a defender su actividad manteniendo en la pobreza a sus operarios. El Estado colabora a esa respuesta empobrecedora, por ejemplo, al no darle importancia al cambio tecnológico y a su difusión, al rechazar una legislación laboral más equilibrada, al desincentivar con la precariedad laboral actual la capacitación en la empresa, al no proveer de mercados alternativos a campesinos acorralados por monopsonistas, al mezquinar recursos públicos a la educación y a la atención de la salud obligando a gastos familiares que atentan contra los proyectos de inversión en pequeña escala. Para demasiados, con mucha influencia en la economía y el Estado, y para otros, acorralados por la competencia en el mercado, la pobreza ajena, deseándolo o no, es más una solución que un problema. Es natural que el compromiso realmente existente en contra de la pobreza por parte de quienes tienen más poder para influir en su evolución sea, en el mejor de los casos, débil. La reducción de la pobreza, cuando termina ocurriendo, es un subproducto que no pocos lamentan. La tarea del Estado respecto de la labor empresarial es ampliar las posibilidades de competir y hacer negocio sin te ner que basarse para ello en la prolongación o aumento de la pobreza, no es seguir las demandas de los empresarios más mezquinos y miopes, de los menos socialmente responsables. |
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