Escribe Juergen Schuldt
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Es ese el título que le diera Armando Robles Godoy a uno de los mejores largometrajes nacionales –de 1967- que yo recuerde. Relata la historia de un ambicioso personaje que le roba ‘treinta kilos de oro en polvo’ a una etnia de nuestra jungla y que se pierde en su intento por llegar nuevamente a la ‘civilización’, marchando largos días (y recordando su infancia, amores y demás)... hasta que llega al mismo sitio del que partiera. La frondosidad de las copas de los gigantescos árboles amazónicos le habían impedido divisar las estrellas para guiarlo y terminó ahogándose agarrado del valioso bolsón hurtado.
Algo parecido le sucede desde hace año y medio a la mayoría de los banqueros, calificadores de riesgo y fondistas de inversión. En la tupida arboleda de la globalización financiera y en la desesperación de sus gestores por gozar del botín de las altas rentabilidades de las bolsas, la venta de viviendas y otras inversiones -cuando menos desde que acabó la recesión del año 2001- saltaron con optimismo de liana en liana para alcanzar el cielo. No se dieron cuenta de que estaban dando vueltas sin orientación alguna, a pesar de las advertencias, rayos y truenos incluidos, de un solitario Nouriel Roubini -profesor de la Universidad de Nueva York- de cuyos pronósticos económicos pesimistas se burlaban hasta hace poco todos los gurús que pensaban salir indemnes de la tempestad que se avecinaba.
Y no es para menos, porque a falta de estrellas-guía se fueron perdiendo cada vez más en las oscuridades y peligros del bosque. Hay formas de salir, pero requieren conocimiento de causa y valentía. Tal como lo hiciera en 1971 Juliane Koepcke, aquella chiquilla de 17 años que -regresando de Lima a Pucallpa el 24 de diciembre- logró volver a la vida después de que su avión fuera derribado por un rayo en plena selva. Durante doce días siguió los hilos acuáticos, los riachuelos y arroyos, alimentándose de insectos, ranas y raíces, gracias a que su padre le había enseñado a diferenciar las variedades comestibles de las venenosas. Lo que al final, tras construirse una pequeña balsa de maderos, le permitió llegar a un afluente distante del Amazonas.
Roubini ha venido transitando por la jungla económica global como Juliane, advirtiendo machacona y valientemente sobre las inminentes amenazas de inflación y recesión en los EEUU, pronosticando incluso que el precio del petróleo seguiría subiendo y podría alcanzar los US$ 80 y todo lo demás que efectivamente se produjo posteriormente.
En efecto, comparando el crecimiento anual del segundo trimestre del año pasado con el del presente año, la evidencia es nítida: La inversión bruta privada se desaceleró de 2,5% a 0,3%; la inversión residencial apenas pasó de un aumento del 1,6% (en 2005 había sido del 8%) a un pálido 0,6%; la fundamental inversión bruta fija no residencial descendió de un crecimiento del 2,8% al 0,3%; y el consumo duradero cayó aún más, de –0,7% a -1,4%. A ello se añade que en el segundo trimestre de este año, tanto el desempleo ha aumentado a 4,6% de la fuerza laboral, como el inicio y construcción de casas cayó en 17%. Las obligaciones financieras llegan al 19% de su ingreso personal disponible. A lo que se añade la reciente reducción apresurada de la tasa de descuento por parte de Bernanke (y, en unos días, de la tasa de interés de referencia) y los multimillonarios salvatajes que los Bancos Centrales han instrumentado para con la banca privada a través de inyecciones masivas de liquidez, lo que es una muestra más de que no se quiere afrontar en serio los problemas de fondo y que apuestan a seguir viviendo del acopio del fácil ahorro externo. Con lo que solo se está postergando temporalmente una crisis que habrá de alcanzar proporciones amazónicas.
De tanto barullo mercantil y por las complicaciones que implica esta 'globalización fracturada' (Francisco Sagasti), hemos perdido de vista las estrellas que permitirían orientarnos en el caos aparente de fusiones, adquisiciones, derivados, derivados de los derivados, carry trade, bonos basura, titulizaciones, hipotecas subprime, fondos mutuos, fondos sin fondos, etc. Sacándonos de encima esas lianas y ramas selváticas, es evidente que EEUU ha vivido una especie de carnaval durante los años que siguieron a la recesión del 2001, generando gigantescos desequilibrios económico-financieros. Como es sabido, el irresponsable déficit fiscal es consecuencia del colosal gasto en armamento y de la reducción tributaria que benefició a los estratos de ingresos altos. Por otro lado, EEUU ha vivido despreocupadamente del ahorro externo, sobre todo a partir del año 2002, momento a partir del cual los déficit externos rebasaron el 4% del Producto Interno Bruto (PIB), llegando incluso a sobrepasar el 6%, lo que indica que el imperio ha vivido bastante más allá de las posibilidades reales de su economía.
Si bien es cierto que esos dos fenómenos y el sobreendeudamiento extremo de Gobierno y familias estadounidenses son elementos fundamentales para entender el proceso, creemos que la causa última de la turbulencia financiera -que sólo es el detonante de un proceso más profundo- estriba en la culminación de la fase ascendente o 'A' de la onda larga de Kondratieff (esos ciclos de la economía global que duran alrededor de 50 años), durante la cual se aprovechó muy bien -las dos últimas décadas- la revolución tecnológica basada en la microelectrónica y las telecomunicaciones, así como en la biotecnología y los nuevos materiales.
Desde hace un año, sin embargo, como consecuencia de la fenomenal sobreinversión acumulada, se han ido esfumando los 'espíritus animales' (Keynes) de los empresarios. Esto se refleja en el estancamiento e, incluso, en el descenso de la productividad y de las tasas de ganancia de los sectores que fueran los más dinámicos de las economías desarrolladas. Pierden así competitividad a escala mundial, lo que también permite entender por qué el capital financiero-especulativo ha estado desempeñando recientemente un papel protagonista frente al capital propiamente productivo. Es decir, hemos pasado ya a la etapa 'B' o descendente de la ciclo largo: la turbulencia económica y financiera nos acompañará en lo que resta de década y estaría caracterizada por devaluaciones competitivas, amenazas político-económicas entre los grandes, guerras de precios con los pequeños y, sobre todo, proteccionismos selectivos, tanto de tipo para-arancelario respecto a los bienes y servicios que les exportamos, como del tipo -nefasto e ingenuo a la vez- que construye muros para evitar la globalización de la fuerza laboral.
Si no reconocemos el infernal proceso que aqueja la ‘economía real’, seguiremos con la intención de resolver la crisis financiera como si fuera una de liquidez, cuando es de solvencia. Y no habrá quién pueda escapar indemne de la selva tras el (casi) inevitable aterrizaje forzoso.
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