El Primer Año del Segundo Alan García

viernes, 3 de agosto de 2007


Escribe Jürgen Schuldt

Al contrario de lo que opinan pertinaces críticos del gobierno, creemos que el presidente García ha sido absolutamente consistente con el objetivo principal que le propuso a la nación en su primer Mensaje: "Nuestra meta es lograr que nuestro país tenga el nivel del grado de inversión". A primera vista esta afirmación no tiene mayor relevancia y, probablemente, ha pasado completamente desapercibida. En la práctica, sin embargo, ese código jeroglífico nos da la pauta fundamental para entender y evaluar su gestión, que consiste en satisfacer las demandas de los electores externos: las corporaciones transnacionales, la banca de inversión, el gobierno de EEUU y los organismos financieros internacionales. Estos no necesitan movilizarse para que se satisfagan sus demandas y tienen el privilegio de votar cada semana y hasta cada día en las urnas globales dispuestas por las calificadoras de riesgo. En tal sentido, al Dr. García ahora ya no le quitan el sueño las encuestas nacionales de opinión ('a las que siempre he ganado'), sino únicamente aquellas que plasman los votantes globales en el denominado 'riesgo país'. Y debemos reconocerle lealmente que, en su primer año, no solo ha avanzado adecuadamente en esa dirección, sino que incluso ha ido bastante más allá de lo que su público-objetivo esperaba.

El crecimiento económico ha aumentado sostenidamente desde el año 2002 y ahora viene promediando un 7-8% anual, la inflación apenas llega al 2% y el desempleo solo es del 5% a nivel nacional (considerando que el desempleo rural es prácticamente nulo). Las tradicionalmente deficitarias cuentas fiscal y de balanza comercial están en azul, la primera rebasa el 2% y la segunda está cerca al 7% del PIB, con lo que el Banco Central ha logrado acumular un impresionante colchón de reservas internacionales netas por 22.000 millones de dólares. Poco a poco el boom primario-exportador se ha ido extendiendo hacia dentro, a juzgar por el acelerado crecimiento de los sectores construcción (14%), comercial (10%) y manufacturero (9%) en lo que va de este año. Gracias a esas tendencias, que venían impulsadas por los favorables vientos de la economía mundial y al hecho de que García dejó de cumplir sus principales promesas progresistas de campaña, el 'riesgo país' se ubica en un nivel sin precedentes, levemente por encima de los 100 puntos base, lo que nos acerca cada vez más al ansiado 'grado de inversión'.

Inesperadamente, sin embargo, el gobierno acaba de celebrar su primer año de gestión en el marco de un descontento generalizado y una turbulencia social cuya contundencia no contemplábamos desde treinta años atrás. Las causas de esta paradoja pueden derivarse directamente de las equivocadas premisas de las que partió el gobierno cuando pensaba que el boyante contexto económico le iba a permitir gobernar sin mayores sobresaltos.

Para comenzar, aunque sabía que la 'luna de miel' no le iría a durar mucho, supuso -como el gobierno anterior- que el elevado crecimiento económico chorrearía lo suficientemente hacia todos los estratos sociales y regiones geográficas del país como para morigerar en algo el malestar generalizado. En la práctica, sin embargo, los frutos del crecimiento engrosaron las utilidades más que las remuneraciones, los sueldos más que los salarios, las zonas urbanas más que las rurales y la costa más que la sierra y selva. Consecuentemente, los aumentos acelerados de los ingresos fueron a parar principalmente a manos de los estratos altos de ingreso, los que de por sí poseen la mayor cantidad de activos. Paralelamente, reforzando el proceso anterior, las políticas sociales y el 'shock de inversiones', que irían a potenciarse entre sí para suavizar la insatisfacción heredada del gobierno anterior, a pesar de disponer multimillonarias sumas del canon y las regalías, tampoco llegaron a destino, a falta de la prometida reforma del Estado.

De forma optimista se creía que desactivando los paros y movilizaciones, inicialmente muy focalizadas, con promesas y dádivas -que el premier manejó con criolla sofisticación- se podía contener la efervescencia reinante. Pero no se contó que de esos casos exitosos de demandas satisfechas por parte del gobierno, otras localidades y grupos sociales reaprendieran el ancestral principio de "el que no llora, no mama", con lo que se desataron movilizaciones y paralizaciones en diversas zonas del país para que se atiendan sus largamente contenidas demandas. Los únicos que durante este primer año de gobierno no necesitaron derramar lágrimas para que se respeten sus supuestos derechos fueron las principales fracciones del capital: los acreedores externos, a quienes hasta se le adelantaron pagos millonarios; los grandes exportadores nacionales para quienes la aprobación del TLC con EEUU pasó del 'sí o sí' de Toledo al 'como sea' ahora, reprimendas y enmiendas de por medio exigidas por el partido demócrata; y los inversionistas extranjeros, a quienes se les respeta caballerosamente la estabilidad tributaria, cuando se les debería cobrar regalías a todos y, a falta de una reforma tributaria integral, impuestos a las sobreganancias y a las utilidades financieras. Una vez más, el 'grado de inversión' pesa más que el 'grado de inclusión' social.

Asimismo, el gobierno abrigaba la esperanza de que el proceso de regionalización iba a liberarlo de una serie de problemas conflictivos, transfiriéndoselos a lo gobiernos regionales, lo que contribuiría a moderar las movilizaciones. Contrariamente a lo esperado, aparte de que el partido de gobierno perdió las elecciones de noviembre pasado en prácticamente todas las regiones, es desde ahí que finalmente explotaron las paralizaciones y que amenazan hacerlo con aún mayor intensidad en el futuro, especialmente por la falta de apoyo que brindó al proceso el gobierno y, más recientemente, por la política confrontacional que viene preparando, especialmente aquella dirigida contra los justificadamente levantiscos o los obligadamente oportunistas presidentes regionales.

También se confió, con buena justificación, en la debilidad de los partidos políticos de oposición, que -aparte de su ineptitud natural- el propio gobierno logró desprestigiar y hasta a cooptar casi plenamente, nombrando incluso a miembros prominentes de sus filas -especialmente de aquellos que votaron por él 'tapándose las narices' (MVLL dixit)- para los cargos políticos más decisivos en el Ejecutivo y el Banco Central. Pero, que se haya desplomado la oposición política más radical, que alcanzó un significativo 47% en la segunda vuelta, no quiere decir que sus bases de apoyo hayan desaparecido.

De ahí que no se haya contado con un proceso decisivo para entender la contundencia de las movilizaciones, que consistió en la reconstitución paulatina de las federaciones de trabajadores, de los gremios agrarios y de los movimientos regionales a lo largo del último lustro. Cual Ave Fénix, especialmente en el transcurso del mes pasado, han renacido abruptamente e irrumpido inesperadamente en la escena política a escala nacional las aún precariamente reconstituidas organizaciones de trabajadores y maestros del país, acompañadas en sus movilizaciones y paros reivindicativos por otros variopintos segmentos de corte local-regional y sectorial, especialmente de la minería, el agro y la construcción. A esas fuerzas se unieron, aún tímidamente, las descontentas bases -sobre todo regionales- del propio partido aprista, tanto por haber sido descolgados del proyecto, como por haberse botado al tacho los lemas anti-imperialistas y la Constitución de 1979, tan caros a Haya de la Torre. A lo que se añade que, en esta oportunidad, al presidente tampoco le están sirviendo su excepcionales dotes oratorias y olfato político, como se puede comprobar por su precario nivel de aceptación del 32%, habiendo partido con un sorprendente 64%.

Finalmente, el gobierno subestimó los elevados niveles de malestar subjetivo que se fueron acumulando, no solo en este primer año de gestión, sino desde tiempos anteriores. Actuaron en tal sentido una serie de complejos fenómenos psicosociales, cuando el gobierno creía que iría a operar sobre tabula rasa, como si los estados de ánimo, de tedio y de fastidio heredados se hubiesen borrado desde el mismo instante en que asumió el poder. En primer lugar, como se desprende de las encuestas de opinión, ha ido aumentando la frustración por la creciente brecha entre lo que esperaban las familias en relación a su situación económica y sus logros efectivos. En segunda instancia, las aspiraciones de la población han ido expandiéndose a elevados ritmos, siempre mayores a los incrementos de sus ingresos. Tercero: inesperadamente culminó el 'efecto túnel' (Albert Hirschman), consistente en el hecho de que amplios segmentos de la población observaron pacientemente cómo se incrementaba el nivel de vida de otros desde el año 2002, lo que les generaba esperanzas de avanzar prontamente en medio de la desigualdad (el efecto de 'tolerancia hacia la desigualdad' de Adolfo Figueroa), expectativa que desafortunadamente no se llegó a cumplir. Por lo que el proceso se materializó en la desesperanza personal-familiar primero y en las movilizaciones sociales después, alimentadas además por el coincidente alza de los sensibles precios del pan, el pollo y los combustibles. Téngase presente que antes que aquellas se desataran, en junio de este año solo un 17% de la población consideraba que se encontraba 'mejor' que hace doce meses, mientras que un mayoritario 55% decía estar 'igual' y un 28% 'peor', según las encuestas de Ipsos Apoyo, sólo en Lima Metropolitana. Si, encima, a la población se le ha venido repitiendo a diario el tremendo crecimiento económico del país, el record mundial de rendimiento que había logrado la Bolsa de Valores de Lima, las extraordinarias ganancias que obtuvieron las principales empresas y los impresionantes sueldos de los gerentes generales, ¿qué puede esperarse ante ese estancamiento del nivel de vida de la gran mayoría?

En presencia de esas pésimas condiciones de vida, a diferencia de los 'electores externos' que votan con el monedero, en esta democracia delegativa los ciudadanos peruanos descontentos solo pueden votar con los pies, por lo que las marchas en el país han sido y seguirán siendo masivas, tanto las que se dan hacia dentro en forma abiertamente bulliciosa o las que son más silenciosas (delincuencia, mendicidad, narcotráfico), como aquellas otras marchas obligadas y sigilosas al exterior, que en lo que va del presente año hasta mayo ascendieron a 164.500 emigrados, con lo que en 2007 -de seguir la misma tendencia- se marcharían 395.000, un 17% más que el 2006. Es un pobre consuelo que contribuyan con remisiones que rebasan los 1.800 millones de dólares al año.

Para terminar, una vez más desde hace una década, el gobierno le pide tregua y paciencia al pueblo. Lo que significa que durante estos primeros tres años piensa seguir gobernando para los electores externos, en la esperanza de reivindicarse con los libros de historia y en la expectativa de que la bonanza que traerán sus inversiones-exportaciones-empleos le permitirán festejar carnavales con los ciudadanos domésticos durante el bienio final de este lustro de 'cambio responsable', que en la práctica es un continuismo irresponsable.

Fuente: La Insignia, agosto 2, 2007 (www.lainsignia.org/2007/agosto/econ_003.htm).

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