Escribe Carlos Tovar
El propósito de este análisis es demostrar, con base en la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia enunciada por Marx, que la reducción de la jornada laboral es el medio más efectivo para contrarrestar dicha tendencia decreciente, y con ello, cambiar el rumbo nefasto que la economía mundial está imprimiendo a la historia.
I
La ley como tal
En el capítulo XIII del tomo III de El Capital[1], Marx grafica la caida de la tasa de ganancia con el ejemplo siguiente: supongamos que 100 libras esterlinas representan el salario de 100 obreros durante una semana. Supongamos que el trabajo de estos 100 obreros rinde, por semana una ganancia de 100 libras para el capitalista, luego de deducir lo gastado en maquinaria, insumos y salarios. Estos significa que, por cada 100 libras gastadas en salarios, se obtiene una utilidad de 100 libras. En otras palabras, la proporción entre la utilidad y los salarios (lo que Marx denomina la tasa de plusvalía) es de 100%.
Sin embargo, el aumento de la productividad, debido a la mejora de la tecnología, irá impulsando el incremento del gasto en maquinarias e insumos (lo que Marx llama el capital constante c), de manera que la parte proporcional ocupada por los salarios (lo que Marx llama el capital variable v) disminuye progresivamente.
El resultado, como puede verse, es que la tasa de ganancia (g‘), que resulta de dividir la utilidad entre el gasto total (c+v), tiende a la baja:
si c = 50 y v = 100, g’=100¸150= 66.66%
si c = 100 y v = 100, g’=100¸200= 50.00%
si c = 200 y v = 100, g’=100¸300= 33.33%
si c = 300 y v = 100, g’=100¸400= 25.00%
si c = 400 y v = 100, g’=100¸500= 20.00%
Este descenso relativo del capital variable (salarios) en proporción al capital constante (maquinaria e insumos) no hace más que expresar el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo. Lo que quiere decir que, gracias al empleo creciente de maquinaria y tecnología, el mismo número de obreros puede producir una mayor cantidad de productos.
Cada producto contiene ahora una cantidad menor de trabajo, lo que supone el descenso de los precios.
Pero, por otra parte, y lo que es más importante, la masa de trabajo vivo empleada en la producción disminuye progresivamente en proporción a la masa de materia inerte (insumos y maquinarias), lo que motiva que tasa de ganancia disminuya.
“Dada la importancia de esta ley para la producción capitalista, bien puede decirse que es el misterio en torno a cuya solución viene girando la economía política desde Adam Smith”, dice el propio Marx, aquilatando la envergadura de su formidable descubrimiento.
II
Cómo revertir la tendencia
Como bien sabemos, el desarrollo de las técnicas de producción acarrea el aumento de la productividad del trabajo. Ahora bien, si cada aumento de la productividad es compensado con una reducción proporcional de la jornada de trabajo, la progresión será como sigue:
si c = 400 y v = 100, g‘ = 100 ¸ 500 = 20%
si c = 500 y v = 125, g‘ = 125 ¸ 625 = 20%
si c = 600 y v = 150, g‘ = 150 ¸ 750 = 20%
si c = 700 y v = 175, g‘ = 175 ¸ 875 = 20%
si c = 800 y v = 200, g‘ = 200 ¸ 1.000 = 20%
Donde, como sabemos, c representa el capital constante, es decir, la suma de todo lo gastado en maquinarias e insumos; v simboliza el capital variable o, en otras palabras, lo gastado en salarios; g‘ significa la tasa de ganancia, que se obtiene de dividir la utilidad entre el total de lo gastado (c + v).
Dicho de otro modo, lo que se consigue con ello es detener el incremento de la composición orgánica del capital, es decir, el aumento de la proporción del capital constante c sobre el capital variable v. De esta manera, se elimina lo que Marx estableció como la causa de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Expliquemos en detalle la progresión que se muestra líneas arriba.
Como vemos al comparar el primer renglón de la secuencia con el segundo, cuando aumenta el capital constante de 400 a 500, el capital variable aumenta en la misma proporción, es decir, de 100 a 125. Ambos aumentan, por consiguiente, en 25%.
Recordemos que en la progresión mostrada por Marx en El Capital el capital variable no aumenta: se mantiene en 100. ¿Cómo se consigue ahora este aumento del capital variable, en la misma porporción que el capital constante? La respuesta está en la reducción de la jornada laboral.
Supongamos que la progresión que estamos analizando se realiza en una fábrica con 100 trabajadores. En el primer renglón del cuadro, esos 100 trabajadores ponen en movimiento maquinarias e insumos (capital constante) por valor de 400; perciben salarios por valor de 100, y producen una plusvalía de 100, lo que significa una tasa de ganancia de 20%.
Al aumentar la productividad del trabajo, como consecuencia del avance de la tecnología, ocurrirá que los mismos 100 trabajadores, durante el mismo tiempo de trabajo (en caso de mantenerse la jornada laboral), pondrían en movimiento maquinarias e insumos por valor de 500, en lugar de los 400 de antes. esto significa que la productividad se ha incrementado en 25%. Como consecuencia de ello, la tasa de ganancia, siguiendo la progresión estudiada por Marx, bajaría de 20% a 16.66%:
si c = 500 y v = 100, g’ = 100 ÷ 600 = 16.66%
Cosa distinta ocurre si se disminuye la jornada de trabajo. Si ocurre que, manteniendo la jornada existente, los mismos 100 trabajadores están ahora en capacidad de poner en producción un capital constante de 500, eso significa que, para poner en producción un capital constante de 400, les basta ahora con una jornada 20% menor en extensión. En consecuencia, se decide reducir la jornada en esa proporción.
Si la plusvalía obtenida en el primer escalón de este proceso se reinvierte, como es usual en lo que se llama la reproducción ampliada del capital, habrá un excedente de capital constante de un valor de 100 ( la diferencia entre los nuevos 500 y los antiguos 400), que necesita ser puesto en producción, y para lo cual se deberá contratar 25 nuevos trabajadores, quienes laborarán, por supuesto en la nueva jornada reducida. Es así como llegamos al segundo escalón del proceso:
si c = 500 y v = 125, g’ = 125 ÷ 625 = 20%
Con lo cual se ha conseguido estabilizar la tasa de ganancia en 20%.
Damos por entendido que esta secuencia, que utiliza a manera de ejemplo la cifras de una hipotética empresa de 100 trabajadores, se refiere, en realidad, al conjunto de la economía global, puesto que sólo en ese conjunto es que se produce el fenómeno de la reducción de la tasa de gananacia. No estamos hablando de empresas individualemnte consideradas. Lo que ocurre en el comportamiento individual de las empresas, cuando se convierte en regla general del comportamiento económico global, se transforma en lo contrario.
Cuando una empresa incorpora nuevas tecnologías y, con ello, aumenta la productividad del trabajo, obitene mayores utilidades que sus competidoras, como es bien sabido; pero cuando esas nuevas teconologías se generalizan a todas las empresas, la tasa de ganancia tiende a bajar, afectando a todas sin excepción, como bien lo advirtió Marx en el pasaje citado al comenzar este análisis. De manera semejante, ninguna empresa puede, individualmente, reducir la jornada de trabajo, sin perder competitividad en el mercado; pero cuando la reducción de la jornada se impone como una regla general, de acatamiento obligatorio para todas las empresas, ocurre más bien que se evita que caiga la tasa de ganancia. Estamos hablando entonces, repito, de procesos generales, simbolizados en esos cálculos en pequeña escala.
Llegados a este punto, podemos decir, parafraseando a Marx, que la cuestión, por lo que llevamos expuesto, no puede ser más sencilla y, sin embargo, es el misterio en torno al cual viene girando la maquinaria enloquecida del capitalismo.
III
Cómo enloquece el capitalismo
Como bien dice Oskar Negt, hoy en día el capital está funcionando exactamente como lo describió Marx en El Capital[2]. En el capítulo XIV del tomo tercero, Marx pasa revista a lo que él llama “causas que contrarrestan la ley” de la baja de la tasa de ganancia. Con ello se refiere al juego de interacciones que el capital desarrolla en su afán de escapar de la contradicción que lo persigue.
Lo sorprendente resulta comprobar que esas interacciones están presentes hoy, precisamente, ¡oh ironía de la historia!, cuando intelectuales y economistas de todo calibre consideran a Marx como pieza de museo. Veamos.
- Aumento del grado de explotación del trabajo, que se produce de dos maneras: mediante la prolongación de la jornada de trabajo y mediante la intensificación del trabajo. Ambas modalidades están tan vigentes hoy que casi resulta innecesario abundar sobre ellas. En todo el mundo se ha desencadenado una ofensiva del capital para obtener el aumento del grado de explotación del trabajo. Para ello se vale de la llamada flexibilización laboral, de la creciente tercerización y precarización de los contratos, del chantaje y la esclavización de los inmigrantes, etc.
- Reducción del salario por debajo de su valor. Los mismos mecanismos anteriores, sumados a la presencia creciente de una enorme masa de desocupados, presionan para reducir los salarios por debajo de su valor.
- Abaratamiento de los elementos de forman el capital constante. El aumento de la productividad acarrea el abaratamiento de las mercancías, que a su vez van a formar de nuevo el capital constante (dado que los insumos y las maquinarias son mercancías).
- La superpoblación relativa, o, en términos actuales, el desempleo. Dice Marx que cuanto más se desarrollla en un país el régimen capitalista, más acusado se presenta en él el fenómeno de la superpoblación relativa (o del desempleo, diremos nosotros). He aquí otro de los fenómenos más resaltantes del panorama mundial contemporáneo, sobre el cual tampoco necesitamos explayarnos.
- El comercio exterior, que permite ampliar la escala de la producción, generando el mercado mundial. Todo esto equivale a lo que hoy conocemos como la globalización.
- Aumento del capital-acciones. Aquí Marx vislumbra la creciente importancia del capital financiero, que es otro de los fenómenos característicos del capitalismo contemporáneo. En su afán por obtener tasas más altas de ganancia, el capital infla el movimiento bursátil, inventa instrumentos financieros cada vez más especulativos, genera burbujas financieras y se refugia en paraísos fiscales, al punto de amenazar la estabilidad de las economías nacionales y de los gobiernos.
Prolongación de la jornada de trabajo, intensificación del trabajo, reducción de los salarios, desempleo estructural, subempleo, liberalización del comercio mudial y del movimiento financiero mundial (sin que traiga aparejada la liberalización del movimiento de las personas), paraísos fiscales, burbujas financieras, especulación desenfrenada, son las cosas que el capital necesita hacer para contrarrestar la caída de su tasa de ganancia, y son, precisamente, las cosas que hoy está haciendo.
Este conjunto de fenómenos, además de resultar una vívida descripción de lo que sucede hoy en el mundo, no son, como algunos quieren creer, producto del azar, ni tampoco anomalías temporales del sistema económico. Si el capital presiona por aumentar el grado de explotación del trabajo, no lo hace por una alteración transitoria, sino porque está empujado a ello por una contradicción estructural, inmanente. La misma enfermedad congénita lo empuja a establecer una suerte de dictadura del capital financiero, mediante una cadena de instituciones (léase calificadoras de riesgo, fondos de inversión, organismos “multilaterales”), que se imponen sobre los gobiernos para someterlos a obligarlos a capitular ante las exigencias del capital.
Es por eso la reducción de la jornada de trabajo, cuyas consecuancias sobre la tasa de ganancia acabamos de exponer, cobra una importancia crucial.
IV
Productividad y jornada laboral
En Manifiesto del siglo XXI[3] hemos expuesto nuestra tesis de que la jornada laboral debería reducirse en proporción al aumento de la productividad. Considerando que, desde la implantación mundial de la jornada de ocho horas, alrededor de 1919, no se han producido mayores reducciones (salvo, tal vez, el caso de las 35 horas semanales que se implantaron en Francia y Alemania, y que hoy, en virtud de la ofensiva de las derechas, están en proceso de anularse), hemos propuesto la implantación mundial de la jornada de cuatro horas. Para ello tomamos en cuenta que, desde 1919 hasta la fecha, se han producido gigantescos incrementos de productividad, sin que ello haya redundado en una reducción proporcional del tiempo de trabajo. En consecuencia, existe un descomunal pasivo en este tema. Los cálculos más pesimistas pueden arrojar, para el lapso de 90 años del que estamos hablando, cifras que superan largamente el modesto 100% de incremento de la productividad que se necesita para justificar, a su vez, una reducción de la jornada laboral a la mitad, como es la que estamos proponiendo.
Para tener una idea, citaremos los incrementos de productividad en cinco de los principales países capitalistas, para el periodo 1870-1981[4]:
Estados Unidos 504.6
Inglaterra 478.1
Japón 4,385.1
Alemania 1,108.4
Francia 1,155.6
No le faltaba razón, entonces, a Bertrand Russell, para proponer, ya en 1932, la jornada de cuatro horas, argumentando, como ahora lo hacemos nosotros, que el aumento de la productividad no sólo lo hacía perfectamente posible entonces, sino absolutamente necesario para restituir al ser humano el tiempo libre que se había ganado con su esfuerzo.
Hay quienes argumentan, para objetar la reducción de la jornada como una medida universal, que los índices de productividad son muy inferiores, en los países del llamado tercer mundo, a aquellos de los países capitalistas avanzados. Seguramente que sí, pero precisamente por ello, decimos que estamos proponiendo, no una reducción de la jornada laboral al 20%, como sería la proporción de acuerdo al aumento de la productividad en Estados Unidos, ni tampoco al 10%, como lo sería en Francia o Alemania, ni menos al asombroso… ¡2.5%! que indicaría la productividad en el Japón, sino a un modesto 50% (de ocho horas, a cuatro).
Por otra parte, resulta equivocado sostener que, porque unos países tengan menor productividad que otros, no pueda implantarse una jornada laboral universal. Si así fuera, no debería haberse luchado nunca por las ocho horas. Marx, Engels y todos los socialistas del siglo XIX, habrían estado equivocados al impulsar decididamente la reducción progresiva de la jornada, bajo el histórico llamado: “proletarios del mundo, ¡uníos!”.
La implantación de una jornada laboral, como conquista universal, se basa precisamente en que, pese a las diferencias de productividad entre los trabajadores de diferentes países, es indispensable establecer un piso, un límite básico a la jornada, que impida que, al ponerse en competencia los trabajadores de unos países contra otros (que es, precisamente, lo que ocurre ahora), desaparezca todo límite, se libere de todo freno a la explotación del ser humano, y nos embarquemos todos en una carrera hacia el fondo, que no puede terminar sino en niveles imprevisibles de degradación humana.
V
Cada vez más urgente hacerlo, cada vez más peligroso no hacerlo
A lo expuesto se suma otra observación, ya anotada por Marx, en virtud de la cual, cuanto más se desarrolla el capitalismo y, en consecuencia, más se incrementa la composición orgánica del capital, más fuerte se hace la presión del capital sobre el trabajo para extraer de este último la mayor plusvalía posible. Esto quiere decir que el capital está obligado, por la fuerza de una correlación matemática que a continuación explicaremos, a redoblar las acciones enumeradas arriba y que sirven para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia. Lo que significa, entonces, que la presión para prolongar la jornada de trabajo, intensificar el trabajo, rebajar los salarios, aumentar la amenaza del desempleo, incrementar la especulación financiera, etc., irá en aumento cuanto más demore la humanidad en replicar a esta tendencia nefasta mediante la única forma efectiva que existe para lograrlo: la reducción de la jornada laboral.
Para graficar la proporción matemática de la que estamos hablando, vamos a partir de un
capital que se distribuye como sigue:
c = 50, v = 50, g’ = 50 ÷ 100 = 50%
Donde el capital constante tiene un valor de 50; el capital variable un valor de 50; con una tasa de plusvalía de 100% se obtiene una ganancia de 50; todo lo cual da como resultado una tasa de ganancia de 50%.
Supongamos que, en este escenario, el capitalista decide prolongar la jornada laboral, para contrarrestar con ello la caída de su tasa de ganancia, y al mismo tiempo decide, con la misma finalidad, intensificar el trabajo para obtener un mayor rendimento por el mismo salario. Con todo ello, digamos que el capitalista obtiene un incremento de la tasa de plusvalía de 100 a 120%. Ello significará, entonces, que la secuencia se modificará como sigue:
c = 50, v = 50, g’ = 60 ÷ 100 = 60%
Mediante un incremento de la tasa de plusvalía de 20%, nuestro capitalista ha obtenido un incremento de la tasa de ganancia de 10%.
Analicemos ahora qué ocurre cuando la composición orgánica del capital es más alta, como en el caso siguiente:
c = 100, v = 50, g’ = 50 ÷ 150 = 33.33%
En este nuevo escenario, el capitalista obtiene, mediante los mismos medios utilizados antes (prolongación e intensificación de la jornada), el incremento de la tasa de plusvalía de 100 a 120%. En este caso, la secuencia se modifica como sigue:
c = 100, v = 50, g’ = 60 ÷ 150 = 40 %
Mediante un incremento de la tasa de plusvalía de 20%, el capitalista ha obtenido, en este caso, solamente el 6.66% de incremento de la tasa de ganancia (ya no el 10% que antes obtuvo).
Si se incrementa aun más la composición orgánica, ocurre lo siguiente:
c = 200, v = 50, g’ = 50 ÷ 250 = 20%
Donde, aplicando las misma medidas para aumentar el grado de explotación del trabajo, el capital va a obtener, en este caso:
c = 200, v = 50, g’ = 60 ÷ 250 = 24%
Es decir, solamente un 4% de aumento en la tasa de ganancia.
Cuanto más alta la composición orgánica del capital, menores son los aumentos de la tasa de ganancia que se obtienen aplicando las mismas medidas para obtener la sobreexplotación del trabajador.
Como dijimos, esta paradoja matemática ya fue señalada por Marx: “La mercancía contiene menos trabajo nuevo añadido, pero, en cambio, aumenta la parte de trabajo no retribuido con relación a la parte de trabajo pagado. Sin embargo, esto sólo puede ocurrir dentro de ciertos límites. A medida que, al desarrollarse la producción, se acentúa em proporciones enormes el descenso absoluto de la suma del trabajo vivo añadisdo a cada mercancía, disminuirá también en términos absolutos la masa de trabajo no retribuido que en ella se contiene, por mucho que esta masa aumente en términos relativos, es decir, en proporción al trabajo pagado”[5].
La misma paradoja es expuesta por Pietro Basso, en su obra Modern times, ancient hours[6].
Como bien sabemos, la composición orgánica del capital se viene incrementando constantemente, y más aún en los periodos de revolución tecnológica como el que estamos viviendo. Es lógico pensar que esta creciente desproporción matemática entre el aumento de la tasa de plusvalía y el aumento de la tasa de ganancia es la razón de fondo que está empujando al capitalismo neoliberal a lanzar la gigantesca ofensiva mundial que ha desencadenado (hasta ahora con éxito) con el fin de romper las barreras laborales que le impiden someter al trabajador a las jornadas más largas y más intensas posibles. Ello está llevando, como es ampliamente sabido, al extremo de reimplantar la esclavitud, no solo en los remotos arrabales del tercer mundo, sino también en el corazón mismo de las poderosas economías de Europa y los Estados Unidos.
VI
La gran amenaza
El peligro que se cierne sobre la humanidad es enorme, de acuerdo a la tendencia que hemos descrito. La especulación financiera, que ya se está llevando al paroxismo, ha hecho del capital financiero el mayor poder que existe actualmente en el planeta. A su vez, es precisamente el poder de este capital financiero[7] (los famosos fondos de inversión, los gigantes sin rostro) el que dicta a las empresas y a los gobiernos las feroces políticas de reestructuración económica que traen aparejados los despidos masivos, la precarización laboral, la intensificación del trabajo, etc.
El crecimiento del comercio internacional, por otra parte, parece estar encontrando sus últimos bolsones de expansión con la incorporación de economías como la China y la India.
En estas circunstancias, la presión del capital se hará cada vez más fuerte, y es probable que, siendo las conquistas democráticas como la sindicalización, un obstáculo importante, el capital hará todo lo posible por desmontarlas, aunque para ello tenga, a su vez, que traerse abajo todo el andamiaje jurídico-político de la república democrática.
La sombra de la dictadura y el fascismo se ciernen sobre la humanidad, a menos que los trabajadores del mundo, cuya fuerza larvada es la única que puede revertir esta tendencia nefasta, se pongan en movimiento, al grito de ¡proletarios del mundo, uníos!, para conquistar la reducción de la jornada y, con ello, revertir esta tendencia nefasta y empezar a cambiar la historia. La reducción de la jornada, como hemos expuesto en Manifiesto del siglo XXI, al producir el pleno empleo, cambiará la correlación de fuerzas, hoy desfavorable al trabajo. Esa correlación de fuerzas empazará a cambiar al desaparecer el fantasma del desempleo, que es el siniestro chantaje mediante el cual se somete, por temor, a los trabajadores del mundo a las más inicuas condiciones laborales que se hayan visto desde el siglo XIX. Además de ello, la reducción de la jornada proporcionará a los ciudadanos tiempo libre (del que podrán hacer uso para organizarse, ejercer sus derechos ciudadanos y movilizarse por sus reivindicaciones), y nueva calidad de vida (a la que todos tenemos derecho, luego de siglos de avance tecnológico).
[1] Marx, Carlos: El Capital, Fondo de Cultura Económica, México, 1972, pp. 213-215.
[2] Citado por Abelardo Oquendo en La República, 13 de setiembre de 2005.
[3] Tovar, Carlos, Manifiesto del siglo XXI, Fonfo Editorisl de la UNMSM, Lima, 2006.
[4] Tomados de Basso, Pietro, op. cit., pág. 32
[5] El capital, (Fondo de Cultura Económica, México, 1972), tomo III, pág 226.
[6] Basso, Pietro, op. cit., pág. 205: The paradox of labour productivity.
[7] Al respecto véase Nuevo capitalismo, por Ignacio Ramonet, en Le Monde Diplomatique, número 145, noviembre 2007.
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