El emperador está desnudo

sábado, 3 de noviembre de 2007


Escribe José Oscátegui




El ciudadano García Pérez escribió, hace algunos días, un documento titulado El síndrome del perro del hortelano, que debe ser analizado.
El documento tiene dos ideas centrales y varios ejemplos que los ilustran.

La primera idea es que el Perú y sus habitantes tienen bienes que “no se pueden poner en valor”, es decir, no pueden pertenecer a quienes podrían invertir para extraer valor. Él entiende que si esto cambiara, ellos nos harían ricos a todos los peruanos.

La segunda idea es que la historia y algunos peruanos se oponen a que los activos del país puedan ser explotados. La historia, porque serían los derechos de propiedad de las comunidades nativas y campesinas, que vienen de hace mucho tiempo atrás, los que estarían impidiendo que ingrese el mercado y la inversión a modernizar y enriquecer a los pobres del país. Los peruanos que se opondrían serían aquellos que reclaman por la defensa de la comunidades campesinas y nativas, por el cuidado del medio ambiente, por los derechos laborales, por la defensa del magisterio, etc. Estos serían los “perros del hortelano”, los que traerían “demagogia y el engaño, la telaraña ideológica del siglo XIX”, “el viejo comunista anticapitalista del siglo XIX se disfrazó de proteccionista en el siglo XX y cambia otra vez de camiseta en el siglo XXI para ser medioambientalista” y otros adjetivos que su amplio espíritu democrático le dicta.

La primera idea no es original sino que viene de Hernando de Soto, quien a su vez la cogió, en nuestra opinión equivocadamente, de la literatura financiera. El nos contó que si los pobres tuvieran derechos de propiedad sobre sus terrenos y casas, podrían venderlas o hipotecarlas y así pondrían “en valor” su propiedad, pero que la ausencia de títulos de propiedad les impedía hacer esto. Lo erróneo de esta idea es que los pobres no acceden al sistema financiero precisamente porque son pobres, porque no tienen cómo pagar un préstamo o una hipoteca, sus ingresos no son suficientes. Al respecto, hasta donde sabemos, el negocio de los bancos no está en la confiscación de casas y propiedades de aquellos que no pudieron cancelar sus préstamos, sino el recuperar el préstamo con los intereses respectivos. Las comunidades campesinas tienen, como dice García, muchas tierras sin cultivar, sin embargo, estas no tienen ningún valor para las instituciones financieras, ni para los inversionistas mientras no exista, por ejemplo, una carretera cercana o si no tiene acceso al agua, etc. La “puesta en valor”, señor García, no depende de quien tiene la propiedad, sino de si existe la posibilidad de explotarla productivamente. Por esto, cuando hay una carretera, un reservorio cercano y canales de regadío los bancos e instituciones financieras harán cola para conceder préstamos.

Como los ciudadanos peruanos ya hemos llegado a conocerlo, podemos decir que la segunda idea sí es de García. En 1985 cuando la izquierda estaba en auge él fungía de tibio izquierdista, ahora cuando cree que la izquierda está derrotada se presenta como un valiente anticomunista. Esta segunda idea sostiene que el atraso se debe a que “[…] hemos caído en el engaño de entregar pequeños lotes de terreno a familias pobres que no tiene un centavo para invertir[…]”, porque existen comunidades campesinas “artificiales, que tienen 200 mil hectáreas en el papel pero solo utilizan agrícolamente 10 mil hectáreas y las otras son propiedad ociosa […]”, porque se opone el “viejo comunista anticapitalista […] siempre anticapitalista, contra la inversión […]”, por los pescadores artesanales “que ven nacer una competencia más moderna y dicen que se está bloqueando su derecho al libre paso […]”, los “malos profesores y malos funcionarios que exigen no ser evaluados”, en fin, por que todos ellos son el “perro del hortelano”.
Entre las regiones y recursos que, según García, podrían “ponerse en valor” están la amazonía y sus maderas, los frutos del mar, las tierras de las comunidades campesinas, las tierras de las comunidades nativas de la selva que tendrían petróleo, el trabajo de los que trabajan en las pequeñas empresas, el cerebro de los alumnos.

El problema, desde nuestro punto de vista, no es que los campesinos bloqueen el paso al progreso, ni que los nativos hagan lo mismo porque prefieren vivir en la miseria, ni que los “perros del hortelano” impidan el progreso, no. El problema es que en todos esos lugares donde la visión talibánica de la economía de mercado de García cree ver riqueza, en realidad ella está ausente porque el Estado no ha creado las condiciones para que la inversión, sea de la empresa transnacional (tan afín a García) o la empresa privada o pública nacional o el trabajo de los comuneros, pueda dar frutos. El cerro o el desierto sin agua no generan producto y, en las zonas que él menciona, la inversión privada sólo entrará a invertir o los campesinos lo harán por su cuenta o alquilarán esos espacios (lo “pondrán en valor” como a él le gusta decir), si es que existen reservorios, carreteras, etc., cosas que solo lo hace o el Estado o la inversión privada dirigida y regulada por el Estado. ¿Dónde está el Estado señor García? ¿Por qué recibe óbolos en vez de cobrar impuestos? ¿Cuál es la entidad planificadora del Estado que señale el sitio y el tipo de inversión necesaria, o cree usted que el sabio mercado arreglará todo?
La falta de García no es tan grande, él es un lego en economía y seguramente en muchas cosas más también, aunque presuma conocer hasta de terremotos.
El inversionista quiere como se dice, “la carne sin el hueso”. Esto es natural, pero lo mismo quiere la comunidad campesina y el pescador artesanal y el nativo de la selva. Que se cobren impuestos y regalías y que se construyan Chavimochics y Gallitos Ciegos y, en las zonas donde García ve “propiedad ociosa”, descubrirá que los campesinos saldrán de la pobreza y que ellos mismos se convertirán en empresarios.
¿Y Sierra Exportadora? ¿No iba a sacar a los campesinos de la pobreza?

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