Germán Alarco Tosoni
Investigador principal CENTRUM Católica
La tasa de crecimiento del producto bruto interno (PBI) se ha convertido en el criterio fundamental de autoevaluación del desempeño en el actual gobierno y hasta, erróneamente, como elemento de juicio para validar el modelo económico. El PBI es un indicador relevante y útil para medir el nivel de actividad económica, llevar a cabo comparaciones entre diferentes economías y a través del tiempo. Sin embargo, omite la distinción entre los ingresos generados por residentes y no residentes en el país, no es un reflejo exacto de la calidad de vida, elude toda la problemática distributiva y tiene una perspectiva exclusiva en el corto plazo. A nivel internacional hay otros referentes sobre la mesa, tales como los indicadores de desarrollo humano (IDH) y el producto interno neto ecológico (PINE).
PBI como indicador relativo
El PBI mide el nivel de actividad económica para un espacio geográfico determinado, a diferencia del Producto nacional bruto (PNB) que lo establece para los residentes en el país. Esto que parece una trivialidad, no lo es en la práctica para el caso peruano. El PNB deduce del PBI las utilidades de las empresas transnacionales propiedad de extranjeros menos las remesas recibidas del exterior. En 2008 y 2009 estas utilidades fueron US$ 8,346 y 7,064 millones respectivamente. En el primer trimestre del 2010 ascendieron a US$ 2,258 millones, equivalentes a casi el 6% del PBI.
Este es un agregado de la contabilidad nacional que suma los ingresos por remuneraciones, de los independientes de la ciudad y del campo y de los perceptores de utilidades de empresas, rentas, alquileres, intereses netos y otras cuentas. Sin embargo, no permite diferenciar entre quienes son los mayores o menores beneficiarios en tiempos de crecimiento o crisis. Por otra parte, lamentablemente, desde que el INEI elabora estas cuentas, no se puede distinguir entre los ingresos de los independientes y las utilidades de las empresas, ya que todo se agrega en el denominado excedente de explotación.
Una mayor diferencia entre las tasas de interés activas y pasivas es una contribución contable directa al PBI, pero en realidad es negativa para el aparato productivo. La construcción de viviendas más caras frente a ingresos de la población creciendo menos no es una buena fórmula para el bienestar. Mayores gastos en seguridad privada, ante la insuficiencia de la prestada por el gobierno, genera más valor agregado por las remuneraciones, pero implican un sobrecosto para las empresas. El contar con grupos electrógenos evita caídas en la producción, pero a un costo superior de la energía proporcionada a través de la red eléctrica.
Más ventas de vehículos incrementa el producto, pero esta contribución positiva puede ser neutralizada por las externalidades negativas (afectaciones) generadas por la congestión. Esta provoca mayores consumos de combustibles, emisiones de CO2 más altas, más accidentes y menor posibilidad de crear riqueza. No nos hemos referido ahora a la metodología para estimar el PBI peruano, pero subsisten algunos problemas. Tampoco a la ilusión monetaria que se produce cuando medimos el PBI en dólares corrientes, en circunstancias en que se aprecia nuestra moneda.
IDH y el producto ecológico
Los IDH son una alternativa como medida de la calidad de vida. Son elaborados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y constituyen una medida simplificada del desarrollo humano. Evalúan el progreso medio conseguido por el país en tres dimensiones básicas. La primera relativa a disfrutar de una vida larga y saludable evaluada a través de la esperanza de vida al nacer. El segundo, disponer de educación a través de la tasa de alfabetización y la tasa bruta de matriculación en primaria, secundaria y terciaria. En tercer lugar, contar con un nivel de vida digno medido a través del PBI per cápita en términos de poder adquisitivo en dólares americanos.
El producto neto ecológico toma en cuenta el desgaste de los activos totales de la economía. Aquí se consideran los económicos tradicionales derivados de la actividad productiva (activos de las empresas), los activos no producidos como las reservas de recursos naturales (mineros, hidrocarburos y otros) y los ambientales correspondientes al aire, agua y suelo. El PINE se obtiene como la diferencia entre el Producto nacional neto menos los costos por agotamiento de los recursos naturales y los costos por degradación del medio ambiente. Los costos por agotamiento expresan la pérdida de recursos en la medida en que la incorporación de nuevas reservas es inferior al ritmo de extracción. Los costos por degradación son las estimaciones monetarias para restaurar el medio ambiente.
Reflexiones finales
El gobierno no tiene que ufanarse demasiado con relación a los resultados del PBI. Su calificación es mediocre, tanto cuando se habla de los otros indicadores para medir el desarrollo humano, como cuando se comenta del producto interno neto ecológico. Las externalidades negativas generadas por el “progreso” están a la vista de todos. La despreocupación por el mediano y largo plazo es objetiva cuando se aceleran los ritmos de extracción y de exportación de los hidrocarburos (especialmente del gas natural) y de los productos mineros en general por encima de las cifras relativas a la incorporación de nuevas reservas. Un mismo nivel de producción a mayores precios, más producción que genera muchas externalidades negativas y más extracción de recursos naturales que reducen el acervo neto de activos no renovables no son la fórmula perfecta para todos los peruanos de ahora y del mañana.
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