Pedro Francke
Economista, PUCP
Economista, PUCP
La economía peruana ha crecido de una manera excepcional entre el 2006 y el 2009. En esos cuatro años el crecimiento acumulado del PBI es del 30% y el de la demanda interna del 40%; ¡es enorme! El crecimiento del empleo formal ha sido de 30 por ciento, unos 500 mil empleos, que, aunque es mucho menos que el millón y medio de la propaganda gubernamental o que los 6 ó 7 millones de subempleados de subsistencia, es una cifra inédita en el Perú.
La inversión pública ha aumentado 140% (¡!) entre el 2005 y el 2009 y el gasto no financiero del gobierno general más del 50%. Si se compara al Estado peruano con otros países estamos todavía bien atrás en gasto social; pero si comparamos con nuestra propia historia, gracias al auge de los precios internacionales de las materias primas que aumentó la tributación enormemente, este gobierno ha podido gastar como nunca antes.
¿Es este elevado crecimiento económico un argumento suficiente como para decir que todo está bien, y que por lo tanto el modelo económico debe seguir?
Este crecimiento ha sido muy desigual. Los pequeños agricultores y autoempleados no han recibido apoyo y continúan en la pobreza. Los sueldos y salarios no han aumentado, siguen las services y los derechos laborales no se han restituido. Por su parte, las trasnacionales mineras y petroleras, las grandes empresas y las financieras se han sacado la lotería.
Ese no es todo el problema. Las trasnacionales que vienen al Perú a perseguir esa enorme riqueza mineral y petrolera han dejado a su paso una estela de abusos y de maltrato ambiental. Para muchos campesinos e indígenas, a quienes Alan García llamó “perros del hortelano”, este crecimiento económico no ha traído avance desigual, sino despojo de sus tierras, aguas contaminadas y comunidades agredidas; no ha sido avance sino retroceso.
¿Estoy viendo medio vacío un vaso que está medio lleno? Lo cierto es que hemos tenido, y tenemos, a la mano mejores alternativas para reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de los postergados de siempre.
Lo primero es no hacer daño. Primum non noscere, decía Hipócrates, padre de la medicina. Es también un principio básico de los derechos humanos: el progreso no puede atropellar a la gente, dejando muertos y heridos en el camino.
Al mismo tiempo, requerimos un crecimiento más inclusivo, donde los beneficios económicos se compartan más ampliamente. Las remuneraciones y los derechos laborales pueden y deben mejorar. El empleo digno tiene que ser una prioridad. Las enormes ganancias, que hoy concentran unos pocos, deben ser compartidas en obras públicas, educación y salud para todos, mediante una tributación equitativa y un Estado eficaz y limpio de corrupción.
¿Podemos tener crecimiento económico sin violación de derechos indígenas ni campesinos y con beneficios que lleguen a sectores mucho más amplios? Por supuesto que sí, sobre todo si consideramos las enormes ganancias de las mineras y las enormes posibilidades que tenemos de crecer en otros sectores menos dañinos como el turismo, la agroexportación y los bionegocios.