Javier M. Iguíñiz Echeverría
Las semanas pasadas hemos sido testigos de dos momentos y actitudes de quienes están a favor del TLC. Uno consistente en un gran despliegue de noticias y artículos, celebrando el logro de la aprobación por el Congreso de los EE.UU. y la posterior firma por Bush. Otro momento de quienes celebran lo logrado es el de los días siguientes, en los que abundaron las recomendaciones de cautela respecto de los beneficios esperables, por lo menos a corto plazo. Hay que, se nos dice ahora, moderar entusiasmos. Se ha señalado con un realismo desconocido hasta hace pocas semanas que las exportaciones no aumentarán con la celeridad que han imaginado los más ardientes defensores del tratado, que las nuevas importaciones añadirán problemas a la estabilización durante la crisis internacional que se avecina, que el beneficio económico vendrá por el lado de la inversión extranjera pero más adelante.
El realismo se hace necesario tras la argumentación triunfalista obligada por el “sí o sí” que redujo tanto la convocatoria social a favor del tratado como el poder de negociación. Eso llevó a que tuviera que aprobarse en el Perú con el menor debate posible; casi a escondidas. Desconociendo costos o incluso burlándose de ellos con la propuesta de compensaciones minúsculas exigidas en las calles. El exagerado entusiasmo por el TLC es la exacta contraimágen de otra que hacía del exterior la única fuente de nuestros problemas. Pero a nuestro juicio el problema con el TLC no es de cálculos costo-beneficio, no es de los saldos económicos netos a favor o en contra de la aventura. Eso es siempre materia de legítima discusión. Está en el enfoque sobre el desarrollo del país que el tratado aprobado expresa.
Nuestra modesta opinión sigue siendo que el TLC no sólo no es la panacea sino que es un asunto secundario en el proceso económico futuro del país y mi temor es que seguirá siendo un elemento más entre los que desvían la atención de los problemas fundamentales del país, entre ellos, la pobreza, la inseguridad y la desigualdad social y regional. Temo que la impotencia de quienes desde los puestos de poder apuntan a estos objetivos choca con el poder de quienes no tienen mayor interés en ellos.
Nuestra preocupación principal es que no percibimos en el gobierno una jerarquía adecuada entre los objetivos internos y externos, entre los humanos y los económicos, entre los grandes y pequeños productores, entre los costos de producción y los de transacción, balances necesarios para reducir la pobreza en plazos relativamente breves. Seguimos concibiendo a este TLC más como un sustituto de las medidas que hacen falta para el desarrollo del país que como un instrumento para ese fin. El significado concreto de algunas expresiones ya populares nos lo confirman:
1. “Una oportunidad” Por supuesto que lo es para algunos y bienvenida, pero pareciera que un tratado así es una pura oportunidad. Así, sobre una situación anterior dada, buena o mala, se añadiría una posibilidad. Ese mensaje oficial ha calado. ¿Cómo estar en contra? Hoy, con más sentido de la realidad, es común la expresión “una oportunidad si…” o “se aprovechará si…” Lo que hay que hacer es conocido y no requiere del acicate del TLC pero igual no se hace. En la oposición se ha insistido infructuosamente en que la apertura de oportunidades para algunos cierra oportunidades para otros, muchos más, por el efecto de la competencia externa. Es, sin duda, un mercado 150 veces mayor, pero también puede ser visto como un ejército 150 veces mayor que quiere invadir el territorio ajeno con sus tropas y que tiene un comando que no las abandona tan fácilmente como el peruano a las suyas. El debate sobre costos y beneficios no interesó porque los costos no preocupaban tanto en la medida en que recaían en quienes no interesaban lo suficiente como para tomarlos en cuenta. ¿Era incompatible esa oportunidad con un mayor cuidado de los perdedores?
2. “El consumidor se beneficia”. Se ha insistido también en que los consumidores peruanos se benefician con la apertura comercial. Ciertamente, más diversidad, menor precio beneficiarán a muchos. El problema del argumento es su unilateralidad y está en que para gastar hay que ganar y para ello hay que trabajar y es el trabajo de muchos el que también resulta afectado. Pero, además, es el trabajo el que enseña a producir y a competir. Aprender haciendo no es un lema favorito en el país. ¿Era incompatible la defensa del consumidor con un mayor cuidado por la calidad de su trabajo? Felizmente, los norteamericanos exigieron mejores estándares al respecto.
3. “TLC hacia adentro” Hacia adentro no viene al caso un TLC; es otra la manera de relacionarnos políticamente entre ciudadanos, económicamente entre regiones. El desarrollo nacional no pasa por ahí. Su valor fue y es que llamaba la atención de que había un “adentro” no tomado en cuenta por el TLC y de eso estamos tratando en este artículo. A mi juicio, esa expresión terminó siendo poco más que un ingenioso giro en el marketing del TLC para captar el apoyo político de los congresistas demócratas de los EE.UU. concientes de que en estos TLC hay perdedores que pueden deslegitimar el acuerdo y a quienes lo aprueban. Por eso, su significado ha quedado en la ambigüedad fuera de la sugerencia de ampliar la titulación de propiedad productiva como si ello acercara apreciablemente a una proporción significativa de los productores en pequeña escala y de las regiones a la competitividad internacional.
4. “Atar a los gobiernos”Un argumento muy utilizado a favor de la firma es que tratados como el TLC atan al gobierno y al Estado a ciertas reglas de comercio pero también en otros aspectos de la economía como normatividad sobre inversiones, patentes, etc. Se buscaba que nos ataran a cierta institucionalidad pero, claro, no a cualquiera. No se buscó un nudo sobre la legislación laboral o ambiental. No es pues un asunto de continuidad y predictibilidad el que está en juego sino el de la mayor prolongación posible de las mismas reglas excluyentes que resultaron del desastre y la desmoralización social y pública tras el anterior gobierno del Presidente García. También se considera conveniente estar atados a la geopolítica estadounidense cosa que para algunos no es un precio sino un beneficio adicional. ¿Alguien puede creer que a un país sin cohesión se le ata fácilmente? ¿Se terminará llamando a las FFAA para asegurar ese nudo?
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