Escribe Armando Mendoza
Según la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO), la pobreza en el Perú disminuyó de 48.6% en el 2004 a 44.5% para el 2006. Señal de que el modelo “funciona”, de que vamos por el “buen camino” y el “chorreo” esta llegando, proclaman muchos. Muy bien, aceptemos esas cifras como validas, pero tomémonos el trabajo de analizarlas, porque encontraremos mucho de que preocuparnos.
Revisando la ENAHO encontraremos que aunque la pobreza disminuyó en general, hay regiones donde la pobreza no sólo no decreció, sino que inclusive aumentó, en algunos casos considerablemente. Así, en Ayacucho la pobreza habría aumentado de 66% a 78% ¡en apenas 3 años! Y no es el único caso: a su vecino Apurimac no le fue mejor (la pobreza creció del 65% al 75%). Huancavelica, Pasco, San Martín y Junín completan el grupo de regiones donde el auge macroeconómico no mejoró la situación social: en estas 6 regiones unas 180 mil personas más habrían caído en la pobreza sólo entre el 2004 y el 2006. Ciertamente, no hay mucho que celebrar por allí.
Lo anterior genera tres cuestiones: La primera es una pregunta que se cae de madura: Si así de mal les va ahora, cuando el Perú disfruta de un auge económico ¿Cómo les ira a estas regiones en años de vacas flacas?
Segunda cuestión para preocuparnos: en estas regiones -como Ayacucho- excluidas del desarrollo, fue precisamente donde se gestó y surgió Sendero Luminoso y donde la violencia política causó mayores tragedias y destrozos. La relación entre postración económica, malestar social y extremismo político es bien conocida ¿Tomaran nota nuestros políticos y tecnócratas?
Tercera cuestión: ¿Se hará algo? ¿O el modelo económico que impera no se preocupa por estas “pequeñeces”? Quizás, así como se considera inevitable y bueno concentrar la riqueza en algunos sectores de la población, también se aprueba una concentración territorial, con las regiones “ricas” volviéndose más ricas y las “pobres” más pobres, y, “mala suerte, el mercado es así”.
Estos datos, donde las zonas más pobres estarían empobreciéndose aún más, son una denuncia contra una visión económica concentrada en lo bueno, lo bonito, lo moderno, lo competitivo, etc., mientras escondemos bajo la alfombra lo feo, lo atrasado, lo pobre. Mareados por el auge de la minería, la agroexportación y otros sectores “estrella”, olvidamos la enorme pobreza que tenemos aquí, al costado de la modernidad y la riqueza. Claro, los programas sociales -como “Juntos”- pueden paliar esta situación, pero las preguntas subsisten: ¿Cómo pasamos del asistencialismo al desarrollo? ¿Cómo logramos desarrollar esas regiones? ¿Cómo lograr un crecimiento económico que sea integral, equitativo e inclusivo?
Debemos responder estas preguntas, y responderlas bien, porque ellas sustentan nuestra viabilidad como nación. Mucho hablamos ahora de “inclusión”, pero a menos que asumamos iniciativas y compromisos reales, para que las regiones y los ciudadanos más pobres sean reconocidos y apoyados, todo lo hablado y discutido no pasara de ser cháchara barata y seguiremos siendo un país fragmentado.
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