En un bando están quienes opinan, como lo declararan al alimón el 25 de febrero Obama y Bernanke, que la recesión norteamericana –que sigue percibiéndose como el gran motor de la economía mundial- acabará para diciembre y el 2010 sería el “año de la recuperación”. El ‘argumento’ que sostendría tamaño optimismo es que para entonces se habrá saneado el sistema financiero, supuestamente la base de toda estabilidad y sostén inmaculado de ‘confianza’. Esas declaraciones que pretendían tranquilizar a ‘los mercados’ no están logrando su objetivo: En EEUU, Asia y Europa siguen en caída libre y ya hay quienes pronostican que el Dow Jones –por escoger un índice entre muchos de los que permiten percibir la ‘confianza’ que se tiene en el sistema a futuro- seguirá cayendo por debajo de los 7.000 puntos. Hoy se encuentra en los 6.700, lo que significa un descenso del 52% respecto a su máximo de 13.930 alcanzado en octubre 2007.
Del otro lado estamos quienes consideramos que la recuperación de la confianza no garantiza una recuperación económica. Apenas es una precondición sicológica, que si no viene acompañada de ajustes macroeconómicos, de procesos que aseguren ganancias sustanciales en sectores productivos dinámicos y de la cooperación de los estados a nivel global, terminan siendo un espejismo similar al de nuestros desiertos norteños. ¿Qué es lo que tiene que suceder para que la economía mundial se recupere, en especial la norteamericana? A nuestro entender, cinco temas tienen que ser afrontados, cuya resolución no durará menos de una década.
En primer lugar, como es obvio, los pantagruélicos salvatajes gubernamentales de la banca, de los deudores particulares (especialmente hipotecas) y hasta de las empresas privadas (¡incluso las de automóviles!), han generado un forado que asciende al 10% anual del PBI (de 15 billones) y amenaza con llegar al 13% el próximo año. Una vez recuperado el sistema financiero, que podría lograrse en el mejor de los casos a fines del año entrante, inevitablemente hay que resolver este notorio problema del déficit fiscal, lo que implicará ajustes radicales que no lo desaparecerán de la noche a la mañana y que no permitirán un crecimiento suficiente como para motorizar las economías del resto del mundo globalizado.
No menos importante es, en segunda instancia, el hecho de que la enorme masa de familias endeudadas lo que harán, por más ‘subsidios’ que reciban, es devolver sus préstamos y –si les alcanza- intentar ahorrar lo máximo posible. Lo que obviamente desplomará los gastos privados de consumo, con lo que tampoco los empresarios tendrán incentivos para incrementar su oferta, la que de por sí está ociosa por el exceso de inversiones en capacidades productivas (cada vez más obsoletas). En tal sentido ésta es una crisis típica de sobreproducción.
Tercero: EEUU ha vivido muy por encima de sus posibilidades en el último decenio, lo que –entre otros indicadores- se expresa en su multimillonario déficit externo que se ha ido expandiendo gradual e irresponsablemente y que el al año pasado ya había llegado al 7% de su PBI. Y es que ningún país, ni siquiera el Imperio, puede darse el lujo de incrementar su consumo y su demanda interna mucho más allá de su producto potencial, como ha sucedido en esta década. Lo que, a la larga, significa más de lo mismo: ajustes hacia la baja de la demanda interna. Lo que será más dramático cuando los demás países dejen de depositar sus ahorros en EEUU (bonos del Tesoro).
Un cuarto aspecto, a nuestro entender el fundamental, pero ignorado por completo, consiste en señalar que los sectores que podrían darle ritmo a la economía global y a la norteamericana en particular tiene que provenir de inversiones productivas que aseguren altas rentabilidades del capital. Pero, se pregunta uno, de donde provendrán éstas si no existen innovaciones revolucionarias (en el sentido schumpeteriano) que despierten los ‘espíritus animales’ de los empresarios (Keynes) y acaben con la osteoporosis productiva de las economías avanzadas, la que se expresa en un crecimiento nimio de sus productividades y competitividad. Ya no bastan las reducciones radicales de las tasas de interés para que la gente y los empresarios se presten y alienten la recuperación económica por medio del consumo y la inversión. Y, para colmo de males, la radical reducción de las tasas de interés y la consiguiente expansión monetaria, está llevando la economía norteamericana al fondo de pozo o ’trampa de liquidez’, con lo que la política monetaria ya no estará en condiciones de reactivar la economía.
Finalmente, aún más graves son las crecientes tendencias proteccionistas que asoman en el horizonte, no únicamente en lo comercial, sino sobre todo en lo financiero, ya que no solo la economía norteamericana está arañando sus baúles monetarios y está recuperando los que tiene en el resto del mundo. En tal sentido, se estaría conformando un mundo multipolar, en que predominarán los conflictos económicos y, en el peor de los casos, aquellos que usan otras armas, bastante más mortales para otros y muy rentables para EEUU que tiene harta experiencia en este tipo de ‘estímulos’ para su economía. De ahí que, si no se llega a una cooperación desinteresada a nivel global para coordinar y consensuar los desequilibrios, las crisis pueden agravarse aún más, como ya se ha palpado en la última reunión del G-20. Pero que será una década perdida muy grave, sobre eso no cabe la menor duda. No nos queda sino prepararnos para esa larga y profunda hibernación de nuestra economía.
Una Nueva Década pérdida
Juergen Schuldt.
Los años ochenta del siglo pasado siguen siendo recordados tristemente como la ‘Década Perdida’ para América Latina, la de los noventa lo fue para Japón y ahora ya hay quienes están comentando lo mismo, pero esta vez no solo para EEUU, como el ‘centro del mundo’, sino también para el resto de las economías globalizadas. ¿Será tan cierto este fúnebre pronóstico?
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