Escribe Juergen Schuldt
I
William Isaac Thomas (1863-1947), “decano de los sociólogos norteamericanos”, decía :
“Si los individuos definen las situaciones como reales, son reales en sus consecuencias”
Problema de la psicología social que se refiere a las bien conocidas “profecías autocumplidas”.
“los tipos de consecuencias imprevistas de una acción, una decisión o una creencia, la que produce la misma circunstancia que erróneamente se supone que existe” (p. 137), porque “(…) los hombres responden no solo a los rasgos objetivos de una situación, sino también, y a veces primordialmente, al sentido que la situación tiene para ellos. Y así que han atribuido algún sentido a la situación, su conducta consiguiente, y algunas de las consecuencias de esa conducta, son determinadas por el sentido atribuido” (p. 419).
Proceso que el autor ilustra con el sencillo ejemplo de un banco imaginario bastante real: el Last National Bank, del que corrían rumores que iba a quebrar en el pueblito de Millingville, donde se había establecido hace décadas. El dueño del banco, aunque jamás había oído hablar del Teorema de Thomas,
“sabía que, a pesar de la liquidez relativa de las partidas del banco, un rumor de insolvencia, una vez creído por un número suficiente de depositantes, daría por resultado la insolvencia del banco. Y al terminar el Miércoles Negro –y el aún Más Negro Jueves-, en que largas filas de inquietos depositantes, cada uno de los cuales trataba frenéticamente de salvar lo suyo, se prolongaron en filas aún mayores de depositantes aún más inquietos, resultó cierta la insolvencia” (p. 420; n.s.).
De manera que
“La parábola nos dice que las definiciones públicas de una situación (profecías o predicciones) llegan a ser parte integrante de la situación y, en consecuencia, afectan a los acontecimientos posteriores. Esto es peculiar a los negocios humanos. No se encuentra en el mundo de la naturaleza, ni tocado por manos humanas. Las predicciones del regreso del cometa de Halley no influyen en su órbita. Pero el rumor de insolvencia del banco de Millingville afectó al resultado real. La profecía de la quiebra llevó a su cumplimiento” (pp. 420s.).
El mismo fenómeno es válido para el
“caso de la neurosis de exámenes. Convencido de que está destinado a fracasar, el angustiado estudiante dedica más tiempo a lamentarse que a estudiar, y después hace un mal examen. La ansiedad inicialmente falaz se convierte en un miedo por completo justificado” (p. 421).
II
Aplicando esa “teoría” a la actual coyuntura político-electoral peruana, podría afirmarse que es ese un peligro potencial en el caso que Humala acceda al poder. La mayoría cree que hará lo que supuestamente dice su Programa de Gobierno y sus ajustes posteriores, que pocos han leído, pero que son interpretados interesadamente para mal o peor por los medios masivos de comunicación adictos a la simpática Keiko.
Sin mucha base, pero con mucho ruido, los representantes de los grupos de poder y demás prosélitos de Fujimori van convenciéndonos –machacando el mensaje a diario- que perderemos todo lo que tenemos y hasta lo que no tenemos. Chillando o baylyando dicen que cuando llegue al poder, entre otros espantos, nos quitará lo que hemos ahorrado en las AFP, nos subirá todos los impuestos, volverá la hiperinflación, expropiará los medios de comunicación, estatizará las empresas minero-hidrocarburíferas, hará llover sapos y se comerá a los niños.
Como es natural, los convencidos creyentes –la mayoría de los cuales no tienen nada que perder, como la propia clase media empobrecida- frenan sus inversiones y consumos, venden sus acciones y mansiones, gestionan visas y pasaportes, compran dólares y maletas. Lo que ya está sucediendo y se agravará cuando el Cuco llegue a Palacio.
De manera que, en esas circunstancias, habrá que tenerle más miedo a los que más miedo tienen, porque esos temores desatan temblores. A lo que tienen todo el derecho: Nadie les impedirá que se disparen a sus propios pies. En poco tiempo lograrán convertir un gobierno tímidamente centroizquierdista, que es lo que el país necesita y lo que las condiciones sociopolíticas apenas permiten, en uno de innato corte autoritariamente populista, que es lo que buena parte del país “pronosticaría” certeramente (expost facto) como consecuencia de sus temores infundados.
Porque, en efecto,
Porque, en efecto,
“La profecía que se cumple a sí misma es, en el origen, una definición falsa de la situación que suscita una conducta nueva, la cual convierte en verdadero el concepto originariamente falso. La especiosa validez de la profecía que se cumple a sí misma perpetúa el reinado del error, pues el profeta citará el curso real de los acontecimientos como prueba de que tenía razón desde el principio. (…). Tales son las perversidades de la lógica social” (p. 421)
Sin duda los que creen en una caída al precipicio tendrán razón si se comportan consecuentemente.
III
Pero tampoco tenemos que exagerar y ser tan pesimistas, porque Merton bien nos advierte que
“La aplicación del teorema de Thomas sugiere también cómo puede romperse el trágico, y con frecuencia vicioso, círculo de las profecías que se cumplen a sí mismas. La definición inicial que puso el círculo en marcha debe ser abandonada. Sólo cuando se pone en duda el supuesto originario y se formula una nueva definición de la situación, da el mentís al supuesto la corriente ulterior de acontecimientos. Sólo entonces la creencia deja de engendrar a la realidad” (422).
Más aún, continúa el autor:
“¿Continuará indefinidamente esta desoladora tragicomedia, señalada sólo por cambios en el cliché? No necesariamente. (…). “Hay muchos indicios de que puede ponerse un fin deliberado y planeado al funcionamiento de la profecía que se cumple a sí misma y al círculo vicioso de la sociedad” (432).
A ese efecto el autor da un ejemplo de su tierra (EEUU), al señalar que,
“en los doce años que siguieron a la creación de la Federal Deposit Insurance Corporation y a la promulgación de otra legislación bancaria, mientras presidió Roosevelt la depresión y el restablecimiento democrático, el receso y el auge, las suspensiones de bancos bajaron y (…) millones de depositantes no tuvieron ya motivo para dar lugar a carreras hacia los bancos motivadas por el pánico, simplemente porque un cambio institucional deliberado había eliminado las causas del pánico” (p. 432).
En conclusión, clama Merton:
“Estos cambios, y otros del mismo género, no ocurren automáticamente. La profecía que se cumple a sí misma, por la cual los temores se traducen en realidades, funciona sólo en ausencia de controles institucionales deliberados. Y únicamente rechazando el fatalismo social implícito en la idea de que la naturaleza humana es inmodificable puede romperse el círculo trágico de miedo, desastre social y miedo reforzado” (p. 433).
Desafortunadamente, en un país como el nuestro, todos sabemos que las instituciones que se requerirían para ello no existen, tales como partidos políticos sólidos, un sistema judicial adecuado o esquemas formales de concertación sociopolítica.
Mucho más inteligente fue el presidente de la CONFIEP, quien declarara –aunque nadie le crea y las evidencias recientes no lo respalden (2)- que
“Nosotros los empresarios tendremos que seguir invirtiendo en el país, de todas maneras, es nuestra obligación. Los gobiernos pasan, han pasado varias gestiones negativas como la de Juan Velasco y otros, pero igual nosotros nos quedamos” (3).
Aunque del dicho al hecho se abre un enorme trecho (incluso antes de la segunda vuelta del 5 de junio), habrá que tomar en serio esta declaración del dirigente gremial. Porque “seguir invirtiendo en el país” significará estabilidad económica, con lo que el gobierno no tendrá que desesperarse por “compensar” la desconfianza y la falta de inversiones con dineros recogidos de las Reservas Internacionales, de las AFP, de impuestos leoninos o de nuestras cajas fuertes. Si los “espíritus animales” de los agentes económicos persisten en sus planes del año pasado tampoco habrá tentación alguna para cambiar la Constitución, despedir al Congreso, quitarle independencia a la SBS o al BCR, cerrar ciertos diarios, estatizar la banca o la mineras, entre otros horrores.
IV
Con lo que llegamos al punto que nos interesa resaltar y a la ingenua propuesta que proponemos sugerir. Como es sabido, a los candidatos a la Presidencia se les ha pedido que firmen firmemente un Acta-Ancla en el que se comprometen a respetar la propiedad privada, la libertad de prensa, la de reunión y demás fundamentos de la Democracia. Por más formal que pueda parecer este acto, ciertamente vale la pena intentarlo, aunque quizás solo le sirva a los historiadores de fin de siglo.
Pero algo parecido a los candidatos deberían hacer –por iniciativa propia- los gremios empresariales, que son los que finalmente tienen la sartén por el mango en una economía capitalista de mercado, por más criolla y enclenque que ella sea. Quizás no tengan conciencia que la huelga de inversiones que se desataría –hasta ahora apenas han ensayado una pichangita amenazadora- no tardaría en transformar el cerebro del gobierno en una variedad de delírium trémens, ya no por el síndrome de abstinencia del alcohol, sino por la ausencia de recursos para realizar sus programas sociales y de fomento del crecimiento económico y de la redistribución de sus frutos. Cuántos gobiernos se han vuelto lo que no querían ser por acción del empresariado, que tampoco imaginaba que su comportamiento iba a convertir en realidad sus peores pronósticos.
En breve y para ser consecuentes, los líderes del país, deberían sugerirle a los gremios empresariales que firmen un manifiesto (nada cuesta soñar) confirmando ex profeso que también respetarán la democracia y para lo que se comprometerán a adoptar las decisiones económicas que tenían previstas –digamos que las de hace un año- para que no nos deslicen al abismo económico. Desde ya están jugando con fuego y así lo consignan las encuestas de Ipsos-Apoyo, cuando nos hacen saber que las empresas hace seis meses iban a incrementar sus inversiones en 55% y que ahora sólo lo harán en 10%, y que emplearían 60% más de personal pero que -¿será por la “amenaza antisistema”?- sólo lo harían en 20%. Lo que confirmaron, tanto el presidente del BCR, quien en marzo estimaba que la inversión privada iba a crecer en 15% este año y ya prevé una caída, como el ministro de Economía, al señalar que “unos US$ 6.000 millones de inversión privada se han paralizado a la fecha por el proceso electoral” (4). Que los pequeños y medianos empresarios y ahorristas disminuyan sus diminutas inversiones o retiren sus limitados ahorros no tendría mayor efecto si tenemos en cuenta la extremamente insultante pobreza y la desigual distribución del ingreso y, sobre todo, de la riqueza (activos) con la que tropezamos a diario.
Por supuesto que lo ideal sería, como comentaba un analista financiero perspicaz:
“Ahora, quizás gane el Sr. Humala y se convierta en un liberal (…), ponga de ministro de economía a PPK, abra más el mercado, privatice Petroperú, reduzca el tamaño del Estado, baje los impuestos para incentivar la inversión y el país crezca 10% al año por cinco años. Si es así, el mercado volará (...). Y si es así, yo seré el primero en aplaudir al señor Humala” (5).
Y tiene toda la razón, los resultados de las elecciones y la democracia como tal son respetados si y solo si respetan mis derechos de empresario. En esas condiciones, lo que llaman “el mercado” (lo que piensan los inversionistas) es el que manda, con lo que el mercado político (lo que piensan los ciudadanos) termina siendo un engañabobos.
Porque realizando una huelga empresarial, que tiene bastantes más efectos colaterales que cerrar una carretera o un puerto y que tanto molesta a “el mercado”, demolerían indirectamente la democracia, por una simple reacción desatada por esas acciones que terminan aplastando al gobierno en la estrechez económica. De paso, el gran empresariado podría añadir que apoyará todos los programas de inclusión social, moral y materialmente. Finalmente, también podrían incorporar en ese documento a esos miopes medios de comunicación que son los que divulgan rumores que finalmente llevan (como ya lo están haciendo) a confirmar sus malintencionadas y bieninteresadas profecías.
En fin, entrando a esta potencialmente poco auspiciosa segunda década del siglo XXI, ¿será posible que, por una vez, en este país se pueda asegurar que el próximo gobierno evite el piélago político como consecuencia del despeñadero económico que generarían los miedos apresurados que vienen extendiendo abierta y desvergonzadamente ciertos políticos, empresarios, editorialistas, analistas y mercenarios que han olvidado las lecciones de la historia?
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(1) Robert K. Merton. Teoría y Estructura Sociales. México: Fondo de Cultura Económica, 1964 (original en inglés de 1949; edición revisada aumentada de 1957, que corresponde a la traducción castellana). Todas las citas corresponden al Capítulo XI: “La Profecía que se cumple a sí misma”; pp. 419-434.
(2) Véase a ese respecto el interesante artículo de Diego Macera, “Rebuscando en la bolsa”, publicado en Semana Económica, no. 1268, abril 17, 2011; pp. 4-5.
(3) Semana Económica’, Mayo 3, 2011; la negrita es de la revista. Véanse también las declaraciones de Walter Bayly, gerente del BCP: “Plan de Humala no representa un problema para el sistema bancario”, en La República, mayo 11, 2011; p. 13.
(4) Perú.21, mayo 12, 2011; p. 10.
(5) Ver: "Dicen que el mercado se comporta como manada... ¡qué rico gallo!", mayo 11, 2011; en: http://blogs.semanaeconomica.com/blogs/viva-la-bolsa