Aprovechar los TLC

domingo, 10 de mayo de 2009


Por Javier M. Iguíñiz Echevarría
Pofesor del Dpto. de Economía de la PUCP

Una frase usual para defender la apertura comercial es que si el Perú se prepara puede beneficiarse de ellos. En estricta lógica, lo que se dice es, entonces, que si no lo hace no lo aprovechará, esto es, se perjudicará. Estamos de acuerdo. Pero domina de lejos otro punto de vista: no hace falta prepararse, igual lo aprovecharemos. ¿En qué se basa esa fe ciega en la apertura?

No hay qué temer

La confianza total en que la apertura de mercados no hace daño al país se basa en la teoría de las ventajas comparativas que diseñó David Ricardo en el siglo XIX y que se enseña en todas las universidades del mundo. De acuerdo con Ricardo, no importa si las empresas de un país, el subdesarrollado, son menos productivas que las de otro, igual le conviene al país subdesarrollado que su Estado baje los aranceles y que las empresas se enfrenten a los competidores del exterior a pecho descubierto. ¿Por qué?

Ricardo convenció a los parlamentarios ingleses con una historia que es la siguiente. Supongamos, para simplificar, que hay dos empresas en el país subdesarrollado (Inglaterra, dijo para mostrar que aún así valía la pena abrir el mercado) que está decidiendo si se abre al comercio mundial. Cada una de ellas compite en su propia actividad (una en telas y otra en vinos) con otra en otro país (Portugal fue su ejemplo) que también produce lo mismo y de la misma calidad. Definido así el escenario, Ricardo se pregunta: ¿Qué pasaría si se abre el mercado inglés?

No hace falta prepararse

El argumento de Ricardo es que al abrirse el mercado inglés, como es natural, los portugueses lo invadirán con sus exportaciones más baratas tanto de vino como de telas y se generará un déficit en la balanza comercial en Inglaterra y un superávit en Portugal. La Inglaterra deficitaria tendrá que pagar las importaciones y, como no puede exportar nada al producir muy caros tanto el vino como las telas, tendrá que pagar, digamos con dinero, por ejemplo oro, que recibirá Portugal.

Pero eso no puede durar mucho, el oro en Inglaterra se acaba y acá entra otra pieza clave en el argumento ricardiano, esta vez tomada de Hume. Al reducirse la cantidad de dinero en Inglaterra los precios bajarían en ese país y, por el contrario, al recibir ese dinero, los precios subirían en Portugal. Así, tanto el vino como la tela se abaratan en el primero de los países y se encarecen en el segundo. Las empresas menos competitivas, las dos de Inglaterra, observan que están reduciendo su desventaja competitiva, a pesar de no estar invirtiendo lo más mínimo para aumentar su productividad. No hizo falta preparación, “el mercado lo hizo”.

De ese modo, mientras persista el déficit en la balanza comercial inglesa se seguirán abaratando sus productos hasta que llegue un momento en el que uno de los dos productos ingleses pueda venderse más barato que el de su competidor portugués y se empiece a exportar a Portugal. Así la balanza comercial se equilibra, cada uno vende un producto y los países se especializan.

No hubo necesidad de prepararse para vender en el exterior a pesar de seguir siendo menos productivos en ambos productos. Pero ¿cuál producto? Aquel en el que tenía “ventaja comparativa”, esto es, en el que la desventaja competitiva era menor y, por eso, el descenso de los precios hizo que se convirtiera en competitiva. Así, Ricardo muestra que aún cuando Inglaterra siguiera produciendo menos eficientemente ambos productos, gracias al cambio automático en los precios, exportaría telas; en realidad, seguiría exportando telas. No había que prepararse para la apertura. Sin duda, una argumentación sencilla, ingeniosa y contraintuitiva, genial.

Divorcio de productividad y competitividad

Más precisamente y en palabras muy ricardianas de Krugman cuando debatía en EEUU sobre la conveniencia del TLC con México: “Entonces, mientras la baja productividad es un problema, la baja productividad en relación con otros países no solo no es un desastre, es irrelevante”. (i) (1994, 274) ¿Por qué? Ya lo hemos explicado.

Una consecuencia de la entronización de la teoría de la ventaja comparativa como expresión del potencial competitivo internacional de los países es que se divorcia la competitividad de la productividad. Es lo que hace Krugman cuando defiende la apertura del comercio internacional: “... productividad y competitividad tienen muy poco que hacer entre sí y, en realidad, ... el concepto mismo de ‘competitividad’ es, en el mejor de los casos, problemático, en el peor, lleva por mal camino” (Krugman 1994, 268-9). Para dicho autor, el aumento de productividad es importante pero se justifica exclusivamente por razones ajenas a la competencia internacional. La apertura del mercado no requiere impulsar un aumento de productividad.

¿Por qué hay que prepararse?

Pero la experiencia dice que el mercado no funciona como un Robin Hood que les quita a los eficientes y se lo da a los ineficientes que abren sus mercados. La importancia de prepararse se deriva de un hecho fundamental: en última instancia compiten las empresas, no los países, aunque estos puedan potenciar las ventajas competitivas de las empresas con educación, infraestructura y otros servicios.

Introduzcamos una alternativa teórica igualmente simplificada. La historia comienza igual. ¿Qué pasaría si abrimos el mercado inglés? Habría un déficit comercial. ¿Y luego? Acá cambia el libreto. Otra teoría monetaria nos muestra una historia distinta y menos bonita que la anterior. Supongamos, recomienda Shaikh (ii) , que hay bancos y crédito en los dos países. Entonces, cuando Inglaterra entra en déficit por abrir su economía, pierde dinero y las tasas de interés suben. En Portugal, al aumentar el dinero, bajan. La consecuencia es que ahora en Inglaterra no solo producen menos eficientemente sino que tienen que pagar más por el crédito. La menor competitividad inglesa no solo no se revierte, por lo menos en un producto, como en el ejemplo de Ricardo, sino que se agrava en los dos productos. La salida usual a los recurrentes déficit comerciales es endeudarse. Altas tasas de interés y deuda externa son parte de la escena común en países subdesarrollados.

Si no se prepara, ¿qué salida tiene pues el país deficitario? Refugiarse en la riqueza natural, en las materias primas, en el clima, en el subempleo y no en su conocimiento productivo. Esa historia es la conocida historia del Perú.
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( i) Las dos citas son de: Krugman, Paul (1994) Pedling Prosperity. Nueva York: Norton.

(ii) Puede verse: Shaikh, Anwar (2000) “Los tipos de cambio reales y los movimientos internacionales de capital”… En: Diego Guerrero (editor) Macroeconomía y crisis mundial. Madrid: Trotta.

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