Por Francisco Durand
Profesor de Ciencias Políticas Universidad de San Antonio, Texas , EEUU
“Mi madre apañaba algodón para los Romeros”, me contaba el taxista mientras se dirigía a San Jacinto, en el bajo Piura, donde estaba una de las antiguas desmotadoras del grupo. “Muy millonarios esos señores, ¿no doctor?, y salieron de aquí, de La Legua”. Siguió hablando y terminó en tono de revelación: “Mi mamá contaba que tenían una maquinita de hacer dinero”.
La frase me dejó intrigado. Era una curiosa forma de explicar cómo se amasa una fortuna. Para la pobre señora, los “Romeros” habían hecho tanto dinero que creía, literalmente, que lo manufacturaban. Quizás, pensé después, se refería metafóricamente al algodón Pima, o algo que los Romero trajeron de Castilla, que les permitía hacer tanto dinero.
En Piura, gente bien informada como Óscar Izquierdo decía que en los viejos tiempos bastaba una hectárea de algodón para comprarse un Mercedes Benz nuevo. Esa sería, pues, la maquinita. Aunque podía haber algo más que les permitió primero comprar algodón, desmotarlo y exportarlo, y más tarde, entre 1880 y los años 1920, adquirir tierras para sembrarlo, luego instalar y comprar plantas de aceite. Sabían entonces manejar la maquinita.
Paradójicamente, o más bien, lógicamente, cuando indagué qué había pasado con el oro blanco del valle, un alcalde de una pobre comunidad campesina –cuyos padres también apañaron el algodón– me contó que los piuranos cada vez lo siembran menos. Desde hace años los Romero ejercen un monopsonio como principal comprador, y pagan tan mal que muchos agricultores prefieren plantar paltas o cultivar el banano orgánico. Algodón ya no. Solo hace rico a los ricos.
Los Romero se han mantenido católicos y unidos en torno a las empresas que maneja un jefe varón por cuatro generaciones. Las dos primeras nacieron en España, y fueron a hacer, o a hacer crecer el dinero en Piura; las dos siguientes nacieron en el Perú, y hoy son multimillonarios. Tanto el abuelo Calixto como el sobrino Feliciano vieron la luz del día en la lejana Soria. A partir de Dionisio Romero Seminario, el tercer jefe, nacido en Piura, es que comienzan las generaciones criollas a reinar en lo que hoy es ese enorme conglomerado agroindustrial, financiero, y de infraestructura de exportación.
Incluso en Piura, de donde se fueron, se renueva esta incesante acumulación de propiedades. “Han vuelto”, dicen, recordando que los Romero salieron rumbo a Lima al llegar la reforma agraria en 1969. Ahora en el viejo predio a la entrada polvorienta de San Jacinto hay una nueva planta de Alicorp, una de las muchas que conforman la corporación agroalimentaria más poderosa y mejor conectada del país. Pero el regreso a Piura lo dicen sobre todo por la compra de tierras. El grupo Romero acaba de adquirirlas del gobierno regional en el valle del Chira, donde siembran azúcar para transformarla en etanol, insumo de uso obligatorio. Nada como influenciar la demanda. Ahí hay dos buenos engranajes: la mano amiga del gobierno, la obligación de compra por ley.
Me dio tanta curiosidad la anécdota de la maquinita que, me pregunté, ¿y si de repente la trajeron de España? Así que aprovechando una conferencia me fui a España. “Para qué vas a Soria”, me dijo un colega geógrafo, “si allí no hay nada”. “De allí vienen los Romero”, le contesté, “una de las familias más ricas del Perú”. No había manera de perderse. Llegando a Soria, ciudad capital de la provincia más pobre, alejada, y despoblada de Castilla, que lleva el mismo nombre, no es difícil llegar a la aldea de Langosto. A unos 20 kilómetros de Soria, camino a El Royo, antiguo nombre de la picota, se gira hacia Pedrajas y poco después la carretera atraviesa esa aldea por la mitad.
Dio pena la visita. En Langosto hay unas 30 casas viejas. Solo dos están ocupadas. Está a punto de ser una aldea fantasma. Allí hablé con don Fernando Durán, quien se acordaba de los Romero como ricos, pero sin saber bien de dónde. “Sí –me dijo– aquí se les recuerda. Hicieron mucho dinero, creo que en Buenos Aires, ¿no?”. Me recomendó ir al otro extremo del pueblo y hablar con los Diez, que eran sus parientes. “No puede equivocarse. Es la última casa de este lado, la única pintada de blanco”.
Los Diez no estaban o no quisieron abrir, cosa a la cual ya estoy acostumbrado. En Lima el cierrapuertas es tradición cuando los sociólogos indagan. Felizmente apareció un lugareño que andaba de visita. Se animó a hablar y me llevó a la casa de los Romero, la número 16. Todavía se ve en el balcón de fierro las letras D y R. Debe ser por Dionisio Romero Durán, padre de Calixto Romero Hernández, el que cruzó el charco en 1874.
Se trata a todas luces de una modesta casa de labriegos. Salvo el balcón, y el hecho de que tiene dos pisos, nada indica que en esa casa los Romero tuvieran la intrigante maquinita. Soria es fría y la tierra pobre, aunque en la hondonada donde está Langosto, la tierra es buena y tiene agua suficiente. El monte es agreste, pero hay caza y pacen animales. Todo labriego, además, criaba cerdos. Chorizo no faltaba. El problema, aparte de la poca tierra arable, eran las heladas.
Si se hubieran quedado en Langosto, los Romero seguirían tan pobres como el vecino Durán, como la apañadora piurana que imaginaba mecanismos de acumulación. Cuando Calixto salió rumbo a Puerto Rico en 1874 era un joven campesino alfabeto dispuesto a buscar fortuna en otro continente. En su aldea y provincia natal sus posibilidades eran mínimas. Los Doce Linajes dominaban la economía de Soria y hacían uso exclusivo de las pocas oportunidades que ofrecía. España era uno de los países más atrasados de Europa que exportaba mano de obra. Como muchos jóvenes de su generación, Calixto Romero se fue a “hacer la América”, trabajando en lo que pudiera.
A la entrada de Langosto está la iglesia de la Magdalena. Al frente, una casa bien construida que parece servir de ayuntamiento. Tiene una gran placa que reza: “HA SIDO EDIFICADA POR D. CALIXTO ROMERO AÑO 1921”. De vuelta de Piura, ya con fortuna, Calixto la mandó colocar antes de morir, previa refacción del inmueble. En el libro laudatorio sobre este personaje (Calixto Romero: Para quitarse el sombrero, 2008) la placa aparece misteriosamente en la iglesia. Me di la vuelta al perímetro y no encontré nada. Debe ser un fotomontaje.
De regreso de España, luego de desentrañar ilusiones y fantasías, era obvio que la famosa maquinita de hacer dinero tenía que estar en el Perú. De allí salió la plata que permitió una mejora en el pequeño ayuntamiento de un pueblo que está a punto de desaparecer, mientras en el Perú la fortuna crece, crece y sigue creciendo.