Germán Alarco Tosoni
Investigador principal CENTRUM Católica
“El desarrollo nunca estará plenamente garantizado por fuerzas que en gran medida son automáticas e impersonales, ya provengan de las leyes de mercado o de políticas de carácter internacional”, Benedicto XVI.
El año pasado se publicó la Encíclica Caritas in veritate dirigida a todos los hombres de buena voluntad. En ésta, conjugando fe y razón, se reflexiona sobre el estado actual de la realidad y lo que debe ser el desarrollo humano integral. Se trata de un manifiesto reciente de la doctrina social de la Iglesia muy apropiado para ser parte central de los diagnósticos y estrategias de los modelos de sociedad que nos deberían proponer los diversos partidos políticos. Es también útil como visión que puede servir para evaluar dichas propuestas y, por qué no, como elemento para tomar decisiones. En esta nota no vamos a abordar los aspectos teológicos y filosóficos de la Encíclica; nos circunscribimos a los elementos que podrían ser parte de un “modelo económico”.
Diagnóstico crítico
La Iglesia parte de reconocer la necesidad de una solución adecuada a los graves problemas socioeconómicos que afligen a la humanidad. No hay una visión triunfalista, ni siquiera edulcorada. Se afirma que el desarrollo ha sido y sigue siendo un factor positivo que ha sacado de la miseria a miles de millones de personas. Sin embargo, se reconoce que éste ha estado y lo está aún, aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha potenciado. A los problemas de siempre, se suman “los efectos perniciosos sobre la economía real de una actividad financiera mal utilizada”, los flujos migratorios “no gestionados adecuadamente”, la “explotación sin reglas de los recursos de la tierra”, el aumento de las “desigualdades”, entre otros.
La desigualdad es un problema tanto de los países ricos como de los países pobres, donde coexiste un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que se contrasta con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. El aumento sistémico de las desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país y entre las poblaciones de los diferentes países, es decir, el aumento de la pobreza relativa, no sólo tiende a erosionar la cohesión social y pone en peligro la democracia, sino que tiene un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del capital social, es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil.
Rol de la economía y del mercado
La exigencia de la economía por ser autónoma, de no estar sujeta a injerencias de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos, desembocando en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales. La justicia distributiva y la justicia social son importantes para la economía de mercado. Si el mercado se rige únicamente por el principio de la equivalencia del valor de los bienes que se intercambian, no llega a producir la cohesión social que necesita para su buen funcionamiento. Se señala que sin solidaridad y sin confianza recíproca, el mercado no puede cumplir su función económica.
La Encíclica plantea que se requieren cambios profundos en el modo de entender a la empresa. La gestión de ésta no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a su vida: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de la producción, la comunidad de referencia. Se ha de evitar que los recursos financieros estén normados por la especulación y la búsqueda del beneficio inmediato, en lugar de la sostenibilidad a largo plazo. Cuando se habla de la relocalización de la producción a nivel internacional se anota que no es lícito aprovechar únicamente las condiciones particulares favorables, o peor aún, explotar sin aportar a la sociedad local una verdadera contribución para el nacimiento de un sólido sistema productivo y social.
Los contenidos de la Encíclica son abundantes y profundos en el objetivo de procurar el desarrollo humano integral. No tenemos aquí espacio suficiente, pero destacan las aportaciones relativas a la defensa de los derechos humanos de los trabajadores, el fortalecimiento de las asociaciones de trabajadores, de la necesidad de organizaciones sindicales más abiertas que vuelvan su mirada hacia los trabajadores de los países en vías de desarrollo, el derecho a la alimentación y al agua, las mejora de las relaciones con el medio ambiente, la ayuda internacional para el desarrollo que debe adaptarse más hacia programas integrados y desde la base, la creación de un turismo distinto, la reforma de la ONU y de la nueva arquitectura económica y financiera internacional, la redistribución planetaria de los recursos energéticos, las formas excesivas de protección de los conocimientos por parte de los países ricos, entre otros elementos.
Correspondencia entre ideas y acciones
Debe existir correspondencia entre nuestra forma de pensar y la de proceder o actuar cotidianamente. La coherencia es un valor humano. La doctrina social de la Iglesia es un referente a considerar. Puede ser útil para todos, pero en particular lo debe ser para el 76% de la población que dice ser Católica y un 46% manifiesta ser Católica practicante de acuerdo a una encuesta aplicada en Lima Metropolitana por la Universidad Católica a finales del mes pasado. Los temas propuestos en la Encíclica son universales y no son privativos de religión alguna. Corresponde a nosotros pensar y actuar con consistencia.
14-4-2010.
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